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«¡Oh Dios, encuentren a mi hija!»: la nena de 3 años que desapareció en la playa

Cheryl Gimmer jugaba con sus tres hermanitos en la arena, en una feliz tarde en familia. De pronto despareció y nunca más volvieron a verla. Sus padres murieron buscándola con desesperación. Cincuenta años después, el gobierno australiano acaba de ofrecer más de 700 mil dólares para quien aporte datos fidedignos sobre el secuestro o dónde podría estar el cuerpo.

Carole mira la hora. El reloj marca las dos de la tarde. Hace demasiado calor, 38 grados. El viento acaba de cambiar de dirección, parece que ahora se viene la lluvia. La gente se está yendo en masa de la playa.

Decide que es el momento de reunir a los chicos y marcharse a casa para descansar y comer algo. Las ráfagas de viento ya se sienten con más fuerza. Le dice a Ricki (7), su hijo mayor, que vaya con sus hermanos Stephen (5), Paul (4) y Cheryl (3) a las duchas para sacarse la arena y la sal mientras ella recoge las cosas.

Van sin protestar, riendo y corriendo. Carole empieza la tarea de sacudir la arena de cada juguete y prenda. La franja costera agreste y extensa era para ellos una promesa de diversión absoluta. Está contenta con la decisión que tomaron con Vince Gimmer, su marido, de mudarse a Australia donde él se desempeña en la Armada.

Ella es la encargada de lidiar en lo cotidiano con los cuatro pequeños… ¡qué bueno que hoy había cedido al pedido de sus hijos de pasar la mañana en la playa! Mejor que se cansen de correr, de mojarse y de hacer castillos en la arena… así llegan agotados. Cuando vuelvan limpios todavía tendrán que caminar un par de cuadras hasta el cottage donde se alojan.

En eso está, guardando tranquilamente las cosas, cuando Ricki vuelve enojado: Cheryl no le hace caso, está con un berrinche y no quiere salir de las duchas de agua dulce de mujeres del parador de surf.

DESAPARECER EN UN INSTANTE

Ricki se había hecho cargo de comandar al batallón y de arrastrar a sus hermanos a las duchas. Después de todo era él quien había convencido a su madre, después de mucha insistencia, de ir ése lunes a la playa Fairy Meadows.

Cheryl iba con su traje de baño azul marino y su pelo corto y dorado, casi blanco de tan rubio, muy revuelto. Primero empezó con que tenía sed y no alcanzaba a la fuente de agua. Ricki la alzó para que pudiese beber. Luego se metieron bajo las duchas, se sacaron la sal y la arena pegadas al cuerpo. Mientras los varones se secaban en el vestuario de hombres, Cheryl en las duchas de mujeres se negaba a salir del agua.

Su hermano mayor desde fuera la llamaba (“los varones no podíamos entrar ahí, eso nos lo habían dicho, había otras chicas allí”, dijo el pequeño a sus padres). Ella no le obedecía.

Habían pasado unos 10 minutos cuando los varones Grimmer volvieron una decena de metros sobre sus pasos hacia la playa para decirle a su madre que Cheryl no les hacía ni caso, que estaba en los cambiadores de mujeres y no salía.

Carole estaba acostumbrada a los berrinches y peleas, se armó de paciencia y se dirigió con determinación hasta las duchas de mujeres. Pero Cheryl ya no estaba.

No se alarmó inmediatamente. Pensó que habían cruzados sus caminos. Volvió atrás hasta dónde estaban antes instalados llamándola en voz alta. Nada. La buscaron entre los médanos de la playa, miraron la orilla del mar… No estaba por ningún lado. Cheryl se había esfumado. Recién entonces el miedo comenzó a tomar forma.

ALGUNOS TESTIGOS, POCAS CERTEZAS

A las cuatro de la tarde los bañeros ya muy preocupados le aconsejaron a la desesperada madre que buscara un teléfono y llamara a la policía. Carole caminó hasta una casa en la calle Elliots y allí le pidió a los dueños el teléfono prestado. También logró avisarle a Vince lo que estaba ocurriendo para que volviera rápidamente de su lugar de trabajo.

Un rato después la playa se llenó de investigadores y voluntarios. Unos testigos dijeron que habían visto a un hombre agarrar a una pequeña y salir corriendo con ella envuelta en una toalla blanca hacia el parking. Otro sostuvo que el hombre la había alzado para que tomara agua. Los investigadores se dieron cuenta luego de que ese último testigo se confundía, había mezclado lo que había hecho su hermano mayor de levantarla hasta la fuente con el hombre que se la llevó.

Después de un angustioso primer día de búsqueda empezaron a seguir una de las tantas débiles pistas: una van Volkswagen azul que había sido vista cerca del estacionamiento al mediodía.

Al tercer día recibieron una nota de secuestro pidiendo 10 mil dólares para devolver a Cheryl ilesa. Llevaron el dinero a donde pidieron, pero el supuesto secuestrador no apareció. Dedujeron que era un vivo que pretendía aprovecharse de las dramáticas circunstancias y obtener dinero de los Grimmer.

Hacía menos de un año que la familia Grimmer se había mudado de Bristol, Gran Bretaña, a Australia. Jóvenes y con ilusiones de prosperidad habían llegado con sus cuatro hijos y se estaban instalando a unos 70 km al sur de Sidney, en un cottage del Hostal de Inmigrantes de Fairy Meadow, muy cerquita del lugar donde desaparecería Cheryl ese lunes de verano. Una playa ancha y atractiva con médanos, un parador de surf con vestuarios y el océano para disfrutar, pero donde no encontrarían jamás la paz buscada.

UNA CONFESIÓN INESPERADA

Cheryl Gene Grimmer había nacido en 1966, en Bristol. En 1968, cuando Cheryl tenía dos años, la pareja decidió emigrar en busca de mejores horizontes a Australia a donde llegaron en 1969.

Cuando la vida les cambió radicalmente Carole tenía 26 años y Vince, un poco menor, 24. Él ya había empezado a trabajar para la armada australiana y habían tenido a sus cuatro hijos. Cheryl era la menor y la única mujer.

Dieciocho meses después de la desaparición de Cheryl, en 1971, un adolescente local de 16 años fue a la policía y confesó ser quién la había secuestrado y asesinado. Describió el lugar dónde había intentado violar y finalmente había estrangulado a Cheryl: dijo que donde había cometido el aberrante crimen había una puerta tubular de acero, un establo para ganado, un camino y un pequeño arroyo.

Llevó a los investigadores a dónde decía haber enterrado el cuerpo, pero cuando llegó a la esquina de Brokers y Balgownie dijo notar que el área había cambiado, que había una construcción que modificaba el lugar. No estaba del todo seguro del sitio exacto. Entonces la policía recurrió al dueño de la propiedad y para la sorpresa de todos contradijo los dichos del acusado que había confesado: sostuvo que allí no había habido ni un establo, ni una puerta tubular de acero un año y medio atrás.

Las contradicciones entre el acusado y el dueño de la propiedad hicieron pensar a la policía que la confesión era falsa. Entonces, simplemente la descartaron.

El caso se enfrió.

La familia Grimmer se angustiaba mientras la historia se volvía cada día más importante en los diarios y noticieros de tevé. Era estremecedor que una niña de 3 años desapareciera en una playa a plena luz del día. Un secuestrador andaba dando vueltas por la zona. Pero la presión de la opinión pública y la prensa no lograron que la investigación avanzara ni un paso más.

SIN PISTAS A LA VISTA

Con el caso congelado, Carole seguía alimentando esperanzas de que su hija estuviera viva. Pero las pistas no aparecían a pesar de que la policía ofreció sucesivas recompensas para obtener nuevos datos.

En los años 2000 la policía australiana creía que tanto Cheryl como su secuestrador ya podían estar muertos, pero aun así esperaban que alguien supiera algo y lo aportara. Aunque fuera por dinero.

Hubo unos años en que la familia volvió a Gran Bretaña para escapar del asedio de la prensa. Pero, al fin y al cabo, retornaron a Australia.

En 2004 murió Vince Grimmer. Tenía 58 años y el caso de su hija había detenido su carrera y su vida.

Carole no bajó los brazos y siguió luchando por su esclarecimiento. Por si ella estaba en lo cierto y Cheryl todavía estaba viva los investigadores difundieron una característica física de Cheryl: tenía el ombligo salido para afuera desde su nacimiento.

En 2008 se presentó una mujer con similares características y la edad que hubiera tenido Cheryl: se abrió una puerta a la esperanza. Pero un examen de ADN probó que no era Cheryl Grimmer. Carole volvió a decepcionarse.

En 2011, cuando hubiera cumplido 45 años, Cheryl fue declarada oficialmente muerta in absentia.

Poco tiempo después la policía recomendó reabrir la investigación. Carole Grimmer seguía sosteniendo que su hija podía estar viva. Ofrecieron una recompensa de 100 mil dólares y el escuadrón de casos no resueltos junto con otra fuerza especializada conformaron un nuevo team al que se bautizó Strike Force Wessell.

En 2014, Carole murió con 70 años y sin paz alguna. La batalla pasaron a darla los hermanos de la víctima.

UN SOSPECHOSO… CONOCIDO

En el año 2016 el caso fue asignado al detective de Wollongong, Frank Sanvitale. Él conocía bien el tema y se dedicó a revisarlo obsesivamente. Dijo un tiempo después: “Sabía cuán viejo era el caso, pero yo soy como un perro con un hueso… cuando tomo algo no lo dejo ir”.

Junto con el detective Damian Loone sacaron del archivo todas las cajas con el material del caso. Examinaron prueba por prueba, leyeron con detenimiento cada testimonio y miraron los detalles. Sobre todo aquella polvorienta declaración de 1971 de un joven de 17 años que había ido a confesar el crimen por motu proprio y del cual nunca se pudo publicar el nombre por ser menor de edad.

Se reconstruyó, cuidadosamente, con los tres hermanos Grimmer aquella jornada fatal en la playa.

Se dieron cuenta de que algunas pistas no habían sido convenientemente investigadas como aquella confesión tan particular de 1971. Y esta vez sí se dieron a conocer sus declaraciones. En ellas estaba escrito que el acusado le había dicho a los médicos que tenía “urgencias para matarse o matar a otras personas”.

El hecho en sí lo describió de la siguiente manera : “ (…) la agarré de atrás (…) había alguien sentado en la pared de enfrente, así que tuve que poner mi mano sobre su boca para evitar que gritara, si hubiera gritado él la hubiera escuchado (…) Pasé la zona de duchas grandes y llegué hasta un pequeño arroyo cerca de la ruta principal. Puse un pañuelo sobre su boca para evitar que grite y con unos cordones le até las manos”.

Dijo que había estado escondido con ella allí alrededor de 35 minutos y que después la llevó caminando 3 kilómetros al suburbio de Balgownie donde intentó violarla: “Quería tener relaciones sexuales con ella… ella empezó a gritar apenas le saqué la mordaza… puse mis manos sobre su garganta y le dije que se callara. Creo que la estrangulé. Ella dejó de respirar y paró de llorar y yo pensé que estaba muerta. Entré en pánico y la cubrí con arbustos y me fui corriendo”. Para luego volver a la playa.

En su declaración detalló también aquello que ya mencionamos: que en el lugar había una puerta tubular de acero; que era un lugar para guardar ganado; que había también un sendero y un arroyo.

La confesión tenía detalles que no podría haberlos conocido si no hubiese estado efectivamente en el lugar ese día a esa hora. Por ejemplo, sabía que la víctima tenía un traje de baño azul marino y también contó haber visto que alguien la había alzado para que tomara agua, algo que Ricki su hermano confirmó haber hecho.

Los detectives Sanvitale y Loone decidieron retornar al lugar donde aquel adolescente había dicho que había matado a la pequeña. La sorpresa fue mayúscula. El hijo del dueño de la propiedad contradijo todos los dichos de su padre: aseguró que sí había existido una puerta tubular de acero, que sí había un sitio para guardar el ganado y que también había un sendero que pasaba sobre un pequeño arroyo en la propiedad. Todo lo que había dicho el confesor adolescente era absolutamente cierto.

¿Por qué habría mentido entonces su padre, el dueño de la propiedad? ¿No querría ser incomodado y que se metieran a cavar en su propiedad? Nadie lo sabe, pero su hijo puso blanco sobre negro.

Lo que había dicho ese perturbado joven casi 47 años antes -que había sido liberado porque el dueño del terreno mintió al ser consultado- ahora cerraba.

Los detectives también sacaron también a la luz a 3 testigos. Unos habían visto a un adolescente cerca de las duchas de la playa, merodeando; otros a un hombre llevándose a una pequeña rubia del área. Lo describían como un joven de unos 16 o 17 años, blanco, de mediana contextura, con pelo marrón y ojos azules.

El detective inspector Ainsworth le dijo al diario The Sidney Morning que ese joven había “sido visto por la mañana y por la tarde”.

Hoy tendría más de 60 años…. El team se tomó en serio el caso y lo encontró. Estaba viviendo en Melbourne.

EL HOMBRE SIN NOMBRE

El detective Sanvitale llamó al teléfono que había conseguido y “el hombre sin nombre” atendió el teléfono.

-¿Sobre qué necesitan hablarme?, preguntó.

Sanvitale guardó silencio un instante y luego dijo:

-Dígame, usted qué cree…

Después de una eterna pausa el hombre respondió:

-Es sobre algo que yo hice cuando era muy joven y de lo que me arrepiento cada día de mi vida… Es acerca de esa pequeña chica en Fairy Beach ¿no?

Este diálogo lo recuerda Sanvitale con precisión.

El 23 de marzo de 2017 se anunció que había un detenido de un suburbio de Melbourne, acusado del secuestro y asesinato de Cheryl Grimmer. Fue encarcelado en el Correccional Silverwater.

Recién en mayo de 2017 se dio a conocer que este sospechoso era el mismo de 1971. Aquel que habían dejado libre a pesar de la confesión.

El acusado jamás nombrado (cuya cara los medios pixelan dejando adivinar a un hombre mayor, más bien gordo y de pelo gris corto) había nacido en Gran Bretaña, tenía 63 años y había llegado a Australia a fines de los años ‘60. Era perfectamente posible que fuera realmente el asesino.

La defensa por su parte aseguró que el acusado estaba enfermo mentalmente, que ya había confesado otro crimen que no había sido cierto. Si había mentido una vez, por qué no podía mentir dos veces.

El 7 de septiembre de 2018 el acusado se declaró no culpable y negó haber estado jamás en Fairy Beach ese día.

El juicio debía celebrarse en mayo 2019, pero en febrero de ese año las acusaciones cayeron: la Corte Suprema de Nueva Gales del Sur consideró que la evidencia era inadmisible. Su confesión voluntaria cuando era adolescente se había hecho sin presencia de un adulto. Si bien en aquel entonces que un mayor estuviera presente no era necesario, el juez decidió aplicar la norma retroactivamente. “El hombre sin nombre”, otra vez, quedó en libertad.

Los medios y la opinión pública australiana estaban revolucionados. Los hermanos Grimmer no podían creer que por segunda vez el acusado se saliera con la suya.

El investigador Sanvitale, quebrado por el resultado de su esfuerzo, renunció a la fuerza policial después de 21 años de servicio: ”Me di cuenta de que no puedo ser más oficial de policía. Ya no puedo hacer nada más. Esta fue la gota que rebalsó el vaso”.

CASO ABIERTO

El 12 de enero de 2020, a 50 años de su desaparición, la policía de Nueva Gales del Sur ofreció 700 mil dólares de recompensa a quien aporte pistas o datos fehacientes que lleven a la detención del culpable o al cuerpo de Cheryl Grimmer. Australia sigue conmovida cinco décadas después con esta historia sin final.

El superintendente de la policía, el detective Daniel Doherty, agregó que con la jugosa recompensa «estamos apelando a aquellas personas que saben algo, pero que antes no estaban decididas a acudir a la policía”.

Ricki, el mayor de los hermanos Grimmer, lleva toda su vida cargando con la culpa de haber dejado sola a su hermana en la ducha de playa. Públicamente dijo: «No hay palabras para describir la pena de perder a nuestra hermana y el impacto que tuvo su desaparición en nuestra familia. Todos los días recordamos la trágica manera en que nos fue quitada y esperamos que esta nueva recompensa sea lo que haga falta para traer justicia por Cheryl. Siento hasta el día de hoy una culpa tremenda por haberla abandonado en esa ducha”.

Cuando los periodistas le preguntaron si se había perdonado a sí mismo por ello aunque solo tenía 7 años, hizo catarsis: “Nunca, nunca, ¡¡¡nunca!!!! Nunca podré perdonarme. Todo el mundo dice ‘no es tu culpa´ pero vengan y párense dónde yo estoy y miren qué se siente (…) Solo queremos saber dónde está, así podremos llorarla”. Además, contó que su padre le recriminó durante mucho tiempo haberla dejado allí.

Stephen Grimmer (el segundo de los hermanos y quien al momento de los hechos tenía 5 años) fue acusado en el año 2016 de comportamientos sexuales inapropiados con una menor de 14 años y admitió su culpa. Estuvo detenido por esos hechos. Del caso de su hermana dijo: ”Mi madre murió sin saber nada… nosotros también queremos saber qué pasó antes de irnos. Esto es algo de lo que nunca te recuperás. Cada vez que paso por Fairy Meadow Beach… eso está siempre en mi mente”.

Carole y Vince ya no están. Pasaron su vida entera intentando saber qué sucedió con su hija. El difícil legado pasó a los hermanos, que no quieren morir sin cumplir el deseo de sus padres: encontrar el cuerpo y llevar a prisión al culpable.

Esperan que el peso de guardar un secreto tan horrendo sea demasiado y que el dinero ofrecido resulte tentador. Pero el tiempo transcurrido les juega en contra. Es muy probable que la justicia los decepcione una vez más y solo les quede el sabor amargo de la impunidad.

 

Fuente
Infobae

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