Desafiando a la vida junto al cáncer de mama
Un grupo de 38 mujeres con diagnóstico de cáncer de mama, acompañadas por sus médicos, hicieron una travesía de 50 kilómetros hasta el memorial del “Milagro de los Andes” en Mendoza. Este año, por primera vez, se sumaron pacientes con tratamiento crónico por metástasis. Las sensaciones de una experiencia única.
“Tarda en llegar y al final… al final, hay recompensa”. A 3.500 metros de altura, en plena Cordillera de los Andes, Silvina Pascual empezó a tararear “Zona de Promesas”. Esa canción de Soda Stereo, que tantas veces cantó con su hija, simbolizaba el arduo camino personal que había recorrido antes de aceptar el desafío de la montaña. Por un momento se quebró. Los últimos 300 metros de trekking habían sido muy exigentes; estaba agotada. Con el viento pegándole en la cara, a poco de llegar a la cima, sintió que ya no podía más. Pero darse por vencida no era una opción. Sacó fuerzas de donde no tenía y continuó la marcha. Una vez más.
Silvina es una de las 38 mujeres recuperadas o en tratamiento de cáncer de mama que entre el 3 y 5 de marzo se sumaron a una travesía recorriendo a pie 50 kilómetros en el Valle de las Lágrimas, Mendoza. Organizada por el oncólogo Fernando Petracci, del Instituto Alexander Fleming (IAF), contó con la colaboración de Novartis, el laboratorio Jayor y Starbucks. Este año se hizo por segunda vez bajo el lema “Desafiando la vida junto al cáncer de mama”.
El destino fue el memorial del “Milagro de los Andes”, el lugar donde en 1972 se estrelló el avión en el que viajaban los jugadores de rugby del Old Christian’s Club de Uruguay. Allí aún permanecen partes del fuselaje. Si bien el accidente tuvo un saldo trágico de 29 muertos, hoy es recordado como un hito de superación por los 16 jóvenes que sobrevivieron en un clima extremadamente hostil y sin experiencia de montaña.
El grupo que hizo la travesía este año fue más grande que el de 2022 –70 personas en total, contando médicos y guías de montaña- y a la vez, más heterogéneo. “Les propuse a colegas y amigos que invitaran a otras pacientes, por lo que a muchas no las conocía. Y además, por primera vez hubo 13 mujeres con cáncer de mama metastásico”, detalla Petracci y destaca que esto enriqueció notablemente la experiencia. “Juntar pacientes en control y otras en tratamiento crónico por enfermedad metastásica sumó muchísimo. Desde las diferentes vivencias, el grupo pudo posicionarse en las dos caras de la enfermedad y entender que en ambas situaciones la vida se valora, se vive, se desafía. El resultado fue sorprendente”, afirma.
La idea de resignificar la forma en que se toman este tipo de patologías estuvo presente desde el momento en que se empezó a organizar esta nueva aventura. A tal punto que fue el motivo por el que se le cambió el nombre (el año pasado había sido “De vuelta a la vida”). “No se trata de una lucha, ni una guerra, ni de que alguien gane o pierda. La idea es transmitir que uno puede tener cáncer y se puede recuperar; pero principalmente que se puede tener cáncer de forma metastásica y tener una vida. Comprender que no es sinónimo de muerte, sino de tratamiento crónico”, agrega Petracci.
Los frutos de la primera experiencia
La travesía 2022 dejó cientos de anécdotas y enseñanzas que quedaron registradas en un documental. El filme –se puede ver en www.devueltaalavida.com- se convirtió en una fuente de inspiración para otras mujeres que transitan la enfermedad e hizo que a muchas les “picara el bichito” de participar de una experiencia así.
“Yo quise ir cuando me enteré de la primera expedición. Realmente tenía ganas de estar. Me representaba un desafío muy grande, por el lugar y porque nunca había realizado un trekking de esa magnitud”, explica Silvina Pascual, a quien le detectaron el tumor de mama en 2012 y dos años después recibió la noticia de que desarrolló metástasis en huesos (lumbares, vertebras y esternón). Hoy está en tratamiento con el doctor Petracci –quien la convocó al viaje- y con la toma de monoclonales cada 21 días logró frenar el avance de la enfermedad.
Algo similar sucedió con Griselda Lemolle, quien quedó conmovida por la primera experiencia, al punto de que la empujó a superar sus propios prejuicios. “Nunca quise participar en ningún evento relacionado con la palabra ‘cáncer’ porque siempre sentí que daba lástima o aprehensión. Ver la cara de los demás cuando decía que era paciente oncológica, era duro; trataba de evitarlo. Sin embargo, el hecho de que implicara un gran esfuerzo, liderado por mi médico que siempre insistió en que realizara actividad física por los beneficios que tenía, hizo que tomara con gran entusiasmo la invitación”, explica. Griselda también realiza un tratamiento crónico con monoclonales por un tumor mamario metastásico, en su caso en el pulmón.
Los frutos de aquella primera experiencia de 2022 también tuvieron impacto dentro de la comunidad médica. Raúl Ureta, jefe del departamento de enfermería del Instituto Alexander Fleming, es uno de los que se sumó este año. Su “clic” ocurrió el día que asistió a la presentación del documental: salió con la certeza de que quería vivir en carne propia lo que acababa de ver. Por eso aceptó de inmediato cuanto su colega Petracci lo convocó y hoy remarca lo gratificante que fue la experiencia desde lo humano.
“A las pacientes las vi en todo momento convencidas de lograr lo que cada una de ellas fue a buscar. El equipo de profesionales -que a la mayoría los conocí el día que iniciamos la travesía- desde el primer momento mostró la gran dedicación, compromiso, convicción, pasión y motivación que había. Y se sumó otro grupo maravilloso, los guías de montaña, encabezados por ´Tuiti’ y el ´Gordo’, quienes con todo su conocimiento y humildad nos trasmitieron enseñanzas que nunca se olvidarán”, afirma y recuerda una que le quedó grabada: “A la montaña no hay que tenerle miedo, hay que respetarla”.
Superar las dificultades
Bastó el primer día de caminata para saber que lo del respeto por la montaña iba muy en serio. Es que las dificultades que habían visto en las filmaciones del documental, parecían mucho más grandes cuando tenían que ponerle el cuerpo a largas horas de trekking en un terreno desconocido y repleto de obstáculos.
En aquella primera jornada, muchas se enfrentaron con su “muro”, esa sensación de agotamiento que experimentan los maratonistas en las pruebas más exigentes y que los deja al borde de abandonar. “El grupo tuvo quiebre emocional. Vimos chicas muy conmovidas, al punto de llegar al llanto y preguntarse con insultos al cielo por qué habían venido. Pero de a poco lo fuimos superando. Nos repartimos con el equipo médico para contenerlas y acompañarlas en grupos, ya que caminaban a diferentes ritmos”, recuerda el doctor Petracci. La logística se fue replanteando minuto a minuto para superar las pruebas que la montaña (y la historia personal de cada participante) les ponía en el camino.
Sólo cinco de las pacientes que empezaron la travesía debieron quedarse en el campamento porque no estaban en condiciones de seguir. “Lo hablamos y decidimos que era lo mejor. Pero entendieron que no se trata de llegar a la cima, sino de compartir ese momento con pares”, apunta el oncólogo del IAF.
“Fue una montaña rusa de emociones, tuve mucha ansiedad. Por momentos creía que no iba a poder. Pero cuando la cabeza me jugaba en contra, mi garra y mis ganas de poder vencerme eran más fuertes. Así como me levante de cada batalla que me tocó atravesar, sabía que la fuerza estaba; ¡tenía que poder hacerlo!”, relata Silvina.
Griselda no la tuvo más fácil: en el camino rompió dos pares de zapatillas y tuvieron que improvisar un arreglo con cinta para que pudiera continuar. Pero tantas complicaciones también despertaron gestos de solidaridad que ahora se vuelven imborrables. “Mi compañera con quien compartía la mochila, para alivianar la carga, no confiaba en que podía seguir y le ofrecí llevar yo la mochila tanto en el ascenso como en el descenso y acompañarla al ritmo al que ella fuera, para que ambas llegáramos. Habíamos salido varias veces en Capital a entrenar para este viaje y por suerte nos conocíamos un poco, así que había una conexión y un compromiso de ambas a ayudarnos a cumplir nuestra meta”, recuerda.
Para Ureta, hay otra anécdota que también resume el espíritu del grupo. “Me quedo con la fortaleza de Bea, quien con sus 72 años y sintiéndose extenuada, quería llegar caminando al campamento. Se negó a usar la silla de caballo que teníamos de soporte. ‘De ninguna manera voy a llegar en Uber’, nos respondió y nos hizo estallar de risa. Y lo logró: después de 8 horas, cuando ya anochecía, entró caminando al campamento”, destaca sin esconder su emoción.
Del agradecimiento a los nuevos desafíos
La llegada el memorial fue para todos el momento más emotivo. Los guías de montaña acompañaron a las pacientes en el último tramo y en la cima del Valle de las Lágrimas las esperaban sus médicos, con los que se fundieron en abrazos interminables y palabras de agradecimiento.
Cada una experimentó sensaciones distintas. Y hasta se imaginaron una “banda de sonido” diferente para acompañar esa escena emotiva. Así como Silvina tuvo la suave voz de Cerati en la cabeza, Griselda pensó en algo más épico, más cinematográfico. “Cuando llegamos al memorial, sentí que nos tendrían que haber puesto la música de Carrozas de Fuego. Sentí que deberían haberse prendido antorchas y que mi mamá y mi tía (a quienes había perdido hacía un tiempito) me estaban empujando a llegar y estaban orgullosas de que lo hubiera hecho. Traté de ser fuerte, de no llorar, pero lo hice a mares por dentro, me abracé a todas mis compañeras y permití que algunas lágrimas corrieran por mis mejillas llenas de tierra”, describe las imágenes que aún mantiene frescas en la retina.
“Esta experiencia me regaló hermanas nuevas, cosa que nunca imaginé, porque siempre hui de todo lo relacionado a lo oncológico. Todos en mayor o menor medida tenemos nuestra montaña que escalar, está en cada uno decidir hacerlo”, suma Griselda.
También el jefe de enfermería Raúl Ureta pone en primer plano la hermandad que se generó. “La noche del sábado, luego de dos días caminando por rocas, piedras, arroyos y caminos súper empinados para hacer cumbre, se percibía que todos éramos iguales: no había pacientes, profesionales de la salud ni guías de montaña. Solo éramos personas que estábamos conviviendo y con alegría ayudábamos a los que lo necesitaban”, agrega.
El balance de Silvina le dejó un proceso interior que aún está descubriendo. “Tuve momentos que caminé sola y me pregunté y me cuestioné mucho. Todavía no sé si algo cambió en mí, pero sé que la montaña no devolvió a la misma Silvina. Desde que volví me crucé con distintas personas que me notaron mucho más serena desde mi postura hasta cuando hablo”.
Con las emociones de la montaña aún frescas, Petracci ya se plantea nuevos desafíos. “¿Si lo volvería a hacer? Claramente, sí. Estaría bueno organizar una experiencia con otros pacientes, hombres con cáncer de color y páncreas, o incluso otras patologías como enfermedades neurológicas. Es una experiencia única que médicos y pacientes estén fuera del consultorio, ayudándose mutuamente. El mayor mensaje es demostrar que te podés recuperar de las secuelas físicas y emocionales de la enfermedad y que podés vivir una vida plena”, concluye.