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Científicas argentinas desarrollan un método sustentable para detectar toxinas en arroz y maíz

Un equipo de investigadoras del CONICET presentó una técnica innovadora que permite identificar de manera más sensible y con menor impacto ambiental la presencia de micotoxinas en alimentos de consumo masivo. El avance, publicado en la revista Journal of Food Composition and Analysis, representa un paso clave para reforzar la seguridad alimentaria en productos como el arroz y el maíz.

La protagonista de este estudio es la ocratoxina A (OTA), una micotoxina descubierta en 1965 y considerada por la Agencia Internacional de Investigación en Cáncer como “probablemente carcinogénica para humanos” (grupo 2A). Esta sustancia, producida por hongos que proliferan en agroalimentos, puede encontrarse en cereales, café, cacao, vino, cerveza, especias, frutos secos e incluso en carnes y derivados como jamón o embutidos.

Los riesgos asociados a su consumo no son menores: efectos nefrotóxicos, neurotóxicos, teratogénicos e inmunosupresores. Por eso, los organismos de control establecen límites máximos de concentración, que varían según el alimento y el grupo poblacional al que está destinado. “En el caso de los niños, se permiten concentraciones aún menores”, explicó Mariel Cina, becaria del CONICET en el Instituto de Ciencias de la Tierra y Ambientales de La Pampa (INCITAP-CONICET-UNLPam) y autora principal del trabajo.

¿Por qué arroz y maíz?

Las científicas eligieron estas dos matrices por motivos bien concretos. El arroz es un alimento básico en la dieta mundial y, además, pieza clave para personas con enfermedad celíaca. El maíz, por su parte, es un insumo central en la industria alimentaria y en la producción de derivados. “El objetivo inicial era desarrollar una metodología para alimentos destinados a celíacos, pero comprobamos que el mismo enfoque funcionaba con maíz y decidimos ampliarlo”, detalló Cina.

El desarrollo busca superar las limitaciones de los métodos tradicionales, que suelen demandar grandes cantidades de solventes químicos y pasos engorrosos. En este caso, las investigadoras recurrieron a solventes eutécticos naturales profundos, una alternativa verde que reduce el impacto ambiental y mejora la seguridad del proceso.

La innovación no se limita a la extracción: el método integra esta etapa con cromatografía líquida acoplada a espectrometría de masa en tándem, la técnica de referencia internacional para el análisis de micotoxinas. El resultado es un procedimiento sensible, confiable y sustentable, con capacidad de preparar múltiples muestras en aproximadamente una hora.

“Su gran ventaja es que combina sensibilidad analítica con un menor impacto ambiental. Esto responde tanto a las exigencias regulatorias como a la necesidad de laboratorios que buscan procesos más seguros y responsables”, concluyó la investigadora.

El aporte de este trabajo no es menor: abre la puerta a controles de rutina más sostenibles en la industria alimentaria, con beneficios directos para consumidores, organismos reguladores y laboratorios de análisis. Al garantizar detecciones más seguras y ambientalmente responsables, la investigación suma una herramienta valiosa frente a un desafío creciente: cómo proteger la salud pública sin descuidar el cuidado del ambiente.

El camino recién empieza, pero la expectativa es alta. ¿Podría esta metodología convertirse en el nuevo estándar de control en alimentos de consumo masivo? Para las investigadoras, el potencial está a la vista: ofrecer una alternativa más verde y efectiva para garantizar lo que todos esperamos al sentarnos a la mesa: alimentos seguros.

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