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Arte Argentino: una mirada viva a un siglo de creación que sigue redefiniendo nuestra identidad

La exposición de arte argentino que llegará al Centro Educativo de Río Colorado —en la esquina de Yrigoyen y Belgrano— propone un recorrido por cien años de miradas, búsquedas y tensiones creativas. Organizada por el Ministerio de Desarrollo Humano, Deporte y Cultura de Río Negro, la muestra reúne 30 obras originales de artistas fundamentales, desde 1920 hasta 2020, y se presenta como una invitación a preguntarnos, una vez más, quiénes somos cuando nos miramos en el espejo del arte.

La selección no busca ofrecer una definición cerrada de “arte argentino”, sino algo más complejo y honesto: un mosaico de voces que dialogan entre sí, se contradicen, se influencian y conviven. Lo cierto es que, frente a cada pieza, el visitante descubre cómo la historia cultural del país se fue tejiendo a partir de paisajes, contradicciones, gestos íntimos y luchas colectivas.

Durante las primeras décadas del siglo XX, muchos artistas miraron hacia adentro, quizás con una mezcla de curiosidad y necesidad. Mario Irineo Anganuzzi, por ejemplo, pintó las sierras riojanas con una devoción casi ritual. En sus cuadros, cada arroyo y cada silueta humana parecen respirar bajo la luz intensa del noroeste.

En Córdoba, Luis Cordiviola encontró en las sierras un brillo particular, una luz que —según quienes lo conocieron— perseguía desde sus tiempos en Mallorca. Sus animales no son simples figuras: funcionan como guardianes de un mundo íntimo y casi mágico.

Y mientras unos elegían lo rural, otros se acercaban a la ciudad. Indalecio Pereyra llevó el circo al lienzo con una sensibilidad lírica que convierte a sus payasos y bailarinas en metáforas visuales de la fugacidad.

Hablar de arte argentino sin mencionar La Boca sería omitir uno de sus corazones latentes. La muestra lo recuerda a través de Benito Quinquela Martín, pero también de quienes caminaron a su lado: Alfredo Giglioni, Osvaldo Imperiali, José Martino y César Pugliese.

Todos compartieron la intuición de que el puerto era más que un paisaje: era una historia de esfuerzo y dignidad. Las barcas oxidadas de Pugliese, por ejemplo, parecen insistir en que cada casco abandonado guarda un relato que se resiste a desaparecer.

Quinquela, con su espátula vigorosa, convirtió el trabajo en danza. Y detrás del mito, permanece un gesto ético: su decisión de donar obras a escuelas y hospitales como quien devuelve al barrio aquello que el barrio le dio primero.

Entre los años 40 y 60, el arte local comenzó a dialogar con las corrientes europeas. Grete Stern aportó una mirada disruptiva desde el fotomontaje, explorando los sueños de mujeres argentinas en clave crítica. Su serie para la revista Idilio sigue generando debates sobre género, deseo y representación.

José Planas Casas y Juan Batlle Planas, desde el Grupo Órion, defendieron un surrealismo propio, sin imitaciones. ¿Qué sueña un país? Sus aguafuertes sugieren respuestas abiertas, densas, inquietantes.

Alicia Penalba, marcada por la inmensidad patagónica, eligió la abstracción como modo de libertad. Sus esculturas, monumentales y orgánicas, parecen contener dentro de sí el viento y la piedra.

Olga López llevó la experimentación aún más lejos: alambre, diarios, texturas y pastas se transforman en superficies que cuentan emociones sin recurrir a la figura.

José Moraña, con su serie Automatismos Inocentes, ofrece un viaje introspectivo donde las formas parecen estar siempre al borde de revelar algo, sin hacerlo del todo.

Leónidas Gambartes reconstruyó un universo mítico del Litoral. Sus chamanes y criaturas parecen surgir del barro ancestral para recordarnos que la memoria también es paisaje.

Pompeyo Audivert y Antonio Pujía, desde el grabado y la escultura, sumaron una dimensión sagrada, popular y profundamente identitaria. Su homenaje a Atahualpa condensa tradición indígena y modernidad sin contradicción.

En la segunda mitad del siglo, la figuración se volvió un territorio vasto. Raúl Soldi aportó delicadeza y espiritualidad. Carlos Alonso, por el contrario, eligió un realismo descarnado que interroga la violencia política, la intimidad y el dolor colectivo.

Bruno Venier, Anne Marie Heinrich, Gabriela Aberastury o Patricia Szterenberg amplían el mapa hacia lo experimental, lo urbano, lo poético. La obra de Silvana Blasbalg, por ejemplo, pone en juego opuestos como belleza y fealdad, proponiendo un equilibrio que, según el crítico Horacio Zabala, “inquieta porque obliga a mirar de nuevo”. Los horarios para difrutar de esta mágica muestra son: Martes 18/11 de 14:00 a 17:00 hs, y miércoles, jueves y viernes: de 9:30 a 12:00 hs y de 14:00 a 17:00 hs.

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