Música

A la violencia machista del rock argentino le llego su fin

Las crecientes denuncias de acoso y violencia de varias mujeres hacia músicos como Cristian Aldana, líder del grupo El Otro Yo, o Fidel Nadal, exvocalista de Todos Tus Muertos, están destapando el problema estructural del machismo en el rock argentino.

Por Luciano Lahiteau – Cristian Aldana tenía una remera de Ramones y esposas en sus muñecas cuando la secretaria del Tribunal Oral en lo Criminal N°25 en Argentina leyó los cargos por los que puede recibir hasta 20 años de cárcel. Aldana, líder del grupo de rock alternativo El Otro Yo, fue acusado de abusar sexualmente de siete mujeres por la Unidad Fiscal Especializada en Violencia Contra Las Mujeres (UFEM).

Las víctimas contaron que Aldana abusó de ellas cuando tenían entre 13 y 18 años. Como eran fans de El Otro Yo, según la acusación leída el 22 de mayo pasado, el músico aprovechaba para propiciar actos sexuales donde ejercía “violencia psíquica y física a las menores (…) a quienes les hizo creer que tenían una relación especial y que el resto de la sociedad no entendería y por eso les pedía que guardaran el secreto».

Considerado un baluarte de la escena alternativa de finales de los noventa y fundador de la Unión de Músicos Independientes (UMI) en Buenos Aires, Aldana enfrenta cargos por abuso sexual gravemente ultrajante con acceso carnal y corrupción de menores. Sus conductas salieron a la luz dos años atrás, como consecuencia de la denuncia de Mailén Frías, que acusó por violación a José Miguel (“Migue”) del Pópolo, líder del grupo de indie La Ola Que Quería Ser Chau. Otras dos jóvenes lo acusaron: fueron tres denuncias por abuso sexual y una por lesiones leves. “Migue” negó todo y aun así, después de declarar, envió mensajes a sus denunciantes pidiendo perdón y excusándose en una supuesta sobreingesta de alcohol.

Antes de ir preso, Aldana reapareció en público disfrazado de monja y escudado por su pareja en una manifestación contra abusadores y violadores en el rock. Cantó “la música salva” mientras se sucedían los relatos en su contra. Carolina Luján, una de sus denunciantes, decía: “Es muy importante que esto se visibilice, que se hable, porque es una mugre que está abajo de la alfombra, y de la que nos tenemos que hacer cargo para que no suceda más”. Ella fue la primera en denunciar a Aldana en 2011, después de darse cuenta que su relación con el músico “no era normal”. Luego de charlas telefónicas, en las que comprobaba su estado emocional vulnerable, el músico abusó de ella, la golpeó y le transmitió hepatitis B.

Dos años después de aquel momento de quiebre, y mientras el juicio contra Aldana apenas comienza, los cuestionamientos a la matriz machista del rock en Argentina continúan revelándose. Las denuncias contra diferentes músicos fueron haciéndose lugar en publicaciones especializadas y horadando el ideal del rocanrol como un espacio de libertad. Gustavo Cordera, exlíder de Bersuit Vergarabat, enfrenta un juicio por “incitación a la violencia colectiva” luego de decir públicamente que “hay mujeres que necesitan, porque son histéricas, ser violadas”. Esta semana se conoció un acusación contra Fidel Nadal, exvocalista de Todos Tus Muertos, a quien su última pareja, Carolina Alves, acusó de abuso y maltrato a través de una publicación en Facebook, donde narra un episodio culminante en un bar porteño, señala que ya fue hecha la denuncia en sede judicial, y lamenta que Nadal cuente con “el apoyo de los lugares o de la gente que ya lo conocen”.

Estas violencias son el cimbronazo más grande que el rock argentino haya sufrido desde el incendio de Cromañón durante un recital de Callejeros, que se llevó la vida de al menos 194 personas a fines de 2004. Lo sucedido aquella noche, donde se violaron protocolos de seguridad por parte de la organización del concierto, provocó una serie de clausuras y restricciones a los recitales que impactó duramente en la escena underground. Las leyes del negocio cambiaron, así como la relación de los fans con su artistas preferidos. Se les empezó a exigir que cuidaran de su público; ahora, se les pide que se pongan a tono con el creciente cuestionamiento al statu quo patriarcal.

La potencia del movimiento #NiUnaMenos ha desplazado el límite de lo tolerable en un país donde hubo 273 muertes por violencia machista en 2017, según la Corte Suprema de Justicia de Argentina. El público está lejos de romantizar los hechos de los rockeros, antes narrados como proezas tóxicas o conquistas viriles. Y no lo perdonan: a cada aparición de una denuncia, los artistas involucrados pierden seguidores, cancelan conciertos y detienen sus producciones. Muchas mujeres empiezan a reconocer, como lo hicieron las víctimas de Aldana y del Pópolo, que las relaciones “turbulentas” o “no deseadas” no son más que términos amables para maquillar abusos y violaciones.

El blog Ya no nos callamos más tiene un rol central en la legitimación de las denuncias, que enfrentan a fans desencantados con defensores de los ídolos. Como escribió la abogada Ileana Arduino, los relatos “interpelan colectivamente, renombran como violentas prácticas naturalizadas por la cultura patriarcal y alteran porque apuntan a la jerarquía de género”. El blog, creado por una de las víctimas de Aldana, protege la identidad de la denunciante para que no sea objeto de más violencia, y difunde alertas que señalan la peligrosidad de algunos varones. Muchos son rockeros, pero también hay docentes y militantes políticos.

Otro caso reciente, la acusación contra el baterista de Pez, Franco Salvador, confirmó que hasta aquellos artistas cuya obra es explícita en favor de los derechos y libertades individuales (el lema del grupo es “paz, amor, libertad, respeto”) pueden tener actitudes despreciables. La acusación obligó a que la banda pusiera en pausa sus planes y perdiera a su equipo técnico. Otras, como Turf —su cantante, Joaquín Levinton, fue acusado de abuso— han tenido que alterar su agenda de conciertos; algunas han hecho descargos contraproducentes, como Él Mató a un Policía Motorizado después de una alerta que señaló a su baterista. Diosque, Sueño de Pescado y Utopians expulsaron a los bajistas Jean Deon y Martín Marroco, y al guitarrista Gustavo Fiocchi, respectivamente, luego de que se conocieran denuncias que los incriminan. Salta La Banca, uno de los casos más resonantes, decidió pausar su actividad e iniciar proceso para “deconstruir” su matriz patriarcal, a la que aludieron cuando intentaban calmar las acusaciones contra su cantante, Santiago Aysine, un sobreviviente de Cromañón.

Pez negó la acusación primero, luego la tamizó (no hubo relación sexual “ni consentida ni no consentida”, declararon) y, al fin, aceptó que pudo haber ocurrido: “No decimos que miente. Decimos: ‘no hubo abuso‘. Somos conscientes de qué es un abuso”, se defendió el bajista Fósforo García. Las denuncias enfrentan los problemas jurídicos en torno a las nociones de “testigo” y “consentimiento”, pero son efectivas para propiciar la condena social en un contexto de creciente hartazgo por la violencia de género.

En el juicio que sostiene Aldana, la defensa acusó a la primera testigo de “fabular”. Djieron: “Nos refiere historias que solo están en su conocimiento y cuando pretendemos corroborar ese conocimiento (…) solo contamos con su relato”. Son esos relatos, sin embargo, los que han hecho poderosas a las víctimas. Su único bastión de resistencia.

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