Identificaron los restos de un joven asesinado en 1984 en una casa vecina a la de Gustavo Cerati: la familia busca respuestas
Tras casi 40 años de silencio, la familia de Diego recibió una confirmación que esperaron toda una vida. El hallazgo de restos óseos en una casa de Coghlan reveló una historia trágica que había quedado sepultada en el tiempo. El misterio de su muerte aún no tiene resolución.

Una verdad largamente postergada empezó a salir a la luz. El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) logró identificar en tiempo récord los restos encontrados en un chalet de la calle Congreso, en el barrio porteño de Coghlan, a pocos metros de donde alguna vez vivió Gustavo Cerati. Se trata de Diego, un adolescente de 16 años que fue asesinado en 1984. Jugaba al fútbol en Excursionistas, estudiaba en la ENET N°36, y un día simplemente desapareció.
La noticia conmovió no solo por su cercanía con una figura icónica del rock argentino, sino por la crudeza de la historia. Detrás de este hallazgo hay una familia que pasó décadas en silencio, sin respuestas, hasta que una coincidencia genética y la persistencia de un sobrino devolvieron identidad y voz a quien ya no podía hablar por sí mismo.
La última vez que alguien vio a Diego fue el jueves 26 de julio de 1984, en la esquina de Naón y Monroe. Tenía puesto el uniforme del colegio. Iba camino a su rutina habitual, pero jamás volvió. Su familia denunció la desaparición. Hubo una pequeña nota en una revista vinculada al diario Crónica, pero la historia no tuvo mayor repercusión en ese entonces.
Pasaron los años, y el caso quedó congelado en la memoria familiar. Pero algo se encendió cuando el sobrino de Diego –que ni siquiera lo conoció personalmente– siguió de cerca una investigación reciente sobre restos hallados en una propiedad del barrio. Había detalles que lo inquietaban: la edad, la ropa, la complexión física, el lugar. Todo coincidía. Le insistió a su abuela –madre de Diego– para que se sometiera a una prueba de ADN. Y el resultado fue contundente: los huesos eran de su hijo.
Desde el entorno judicial y forense fueron cautelosos al comunicar los resultados. “La madre es una mujer muy mayor. Hubo que tener un poco de clemencia en el sentido de no atosigarla con la información”, señalaron fuentes del caso. La familia recibió la confirmación con emociones encontradas. “Por un lado, es bueno saberlo. Pero también están reviviendo un duelo que nunca pudieron cerrar”, explicaron.
La reacción fue la esperable en estos casos: alivio y angustia mezclados. La noticia puso en movimiento recuerdos que la familia había intentado guardar, y volvió a abrir una herida que nunca cicatrizó del todo.
Con el caso ahora en manos del fiscal Martín López Perrando, la investigación entró en una nueva etapa. “Ahora queda saber qué pasó. Intentar dar una respuesta justa a esa familia”, aseguraron desde la sede judicial. Por el momento, no está previsto citar a declarar a los actuales propietarios del chalet, una mujer de apellido Graf, de edad avanzada, que vive allí junto a sus dos hijos.
El foco, al menos por ahora, está puesto en reconstruir el contexto de aquellos días. Se buscará hablar con compañeros de colegio o conocidos de Diego que puedan aportar pistas sobre su estado de ánimo, si mencionó algún problema o situación que, con el tiempo, cobre un nuevo significado.
Ese es el gran interrogante. Y aunque hayan pasado casi cuatro décadas, hay un compromiso renovado por parte de la justicia para encontrar respuestas. La identificación es un paso clave, pero no suficiente. El crimen ocurrió en plena democracia naciente, en una Argentina que intentaba salir de la oscuridad, y la falta de visibilidad del caso en aquel entonces también forma parte de una deuda pendiente.
Hoy, el nombre de Diego ya no está solo en los recuerdos de su familia. Su historia vuelve a ocupar un lugar en la agenda pública, no por el morbo, sino por el imperativo de la verdad.
Lo que empezó como una intuición familiar terminó revelando una historia que la ciudad parecía haber olvidado. No hay consuelo para una pérdida así, pero sí puede haber justicia, aunque llegue tarde. Y en ese camino, la perseverancia de un sobrino que no bajó los brazos fue determinante.