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La impactante carta de una trabajadora despedida de la Secretaria de Derechos Humanos

Denuncia que le negaban tareas desde hace meses y que el único trabajo que le asignaron fue redactar un documento, que se negó a escribir, donde se justifique la necesidad de beneficiar a represores con cárcel domiciliaria.

La carta completa:

 

SOY UNA DE LOS 70.000 TRABAJADORxS DESPEDIDxS
Me despidieron. Me despidieron como a un perro. Como a un “ñoqui”, nuestra peor pesadilla.
Me despidieron del lugar menos pensado, de la Secretaría de D e r e c h o s H u m a n o s de la Nación.
Me despidieron después de que el funcionario a cargo, Claudio Avruj, dijera delante de mí y de otros compañeros en sucesivas oportunidades que jamás despediría a un trabajador.
Me despidieron del lugar más emblemático del terrorismo de Estado: la tenebrosa “ESMA”, convertida en el domicilio de los derechos humanos durante las presidencias de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner.
Me despidieron de forma gradual: primero cambiándome de lugar y aislándome en el extremo más extremo de la oficina; después quitándome funciones; luego negándome la posibilidad de reunirme con la autoridad a cargo de mi área, el Director de Prensa.
Me despidieron sin siquiera evaluar mi capacidad, mi experiencia, mi formación académica, mi conocimiento en la materia, mi trabajo efectivo durante años en esa área del Estado.
Me despidieron oyendo, en ese mismo momento y por primera vez, el tono de mi voz.
Me despidieron ayer, 1° de Marzo de 2016, el mismo día que nos habían preguntado: “¿Alguien sabe quién fue Julio Morresi?”. La misma secuencia había sucedido unos días antes, tras conocer la partida de Juanita de Pargament. Pasaban la noticia de su muerte por los medios y los nuevos funcionarios querían “hacer prensa” con la dolorosa noticia. Cinismo puro.
Me despidieron luego de que manifestara la necesidad de continuar difundiendo en los medios de comunicación la agenda y el diario sobre los juicios de lesa humanidad que desde hace años realizamos como Estado nacional junto a los cientos de abogados querellantes, los organismos de derechos humanos y el Poder Judicial. Con un rostro de odio y revanchismo respondieron que «el pasado era pasado» y que ese tema «ya no vendía» en los medios.
No exagero: en casi dos meses, sólo una función me dieron. Una: que escriba una columna editorial -para que firme el Secretario Avruj- justificando la salida de prisión de todos los represores que están cumpliendo condena por cometer delitos de lesa humanidad, aduciendo que merecen la prisión domiciliaria debido a causales que yo debía inventar. Por ejemplo, que sufren violencia institucional o tienen riñas con quienes comparten celda y también secuestraron, torturaron, asesinaron, violaron, vejaron, robaron y se apropiaron de bebés durante la dictadura cívico-militar.
Me despidieron luego de que me negara a hacerlo porque, en ese caso, estaría faltando a la ética y a la verdad histórica, manchando las conquistas y la lucha de todo un pueblo por casi 40 años, y pasando por alto convenciones de derechos humanos, tratados internacionales, leyes y hasta la propia Constitución.
Me despidieron después de pasar un mes y medio solicitando que me den funciones ya que no concibo cobrar un sueldo y no cumplir tareas. Y después de que les pregunten a otros trabajadores quién era yo, qué hacía, cómo era.
Me despidieron después de constatar que el día del paro nacional de los trabajadores del Estado había faltado por adherirme en solidaridad con los despedidos.

Me despidieron sabiendo que me despierto todos los días a las 5 (cinco) de la mañana para poder llegar dos horas después y cumplir así mi horario laboral de 8 (ocho) horas diarias.
Me despidieron con una siniestra y falsa sonrisa, mientras repetían: «¿Sabes lo que pasa? Sobra gente para lo que debemos hacer» y yo veía de reojo, tras el vidrio, a siete personas que contrataron recientemente porque «vienen de Ciudad y tienen el mismo estilo». Ése es el estilo macrista.
Así me despidieron. Igualito que a Celeste Rotella, la compañera diseñadora que se sentaba al lado mío y padeció las mismas injusticias.
Igualito que a los trabajadores del CCK, Ministerio de Cultura, Ministerio de Planificación, Ministerio de Trabajo, Ministerio de Desarrollo Social, Ministerio del Interior, Ministerio de Justicia, Ministerio de Agricultura, Ministerio de Economía, Ministerio de Transporte, Ministerio de Seguridad, Secretaría de Comercio, Ministerio de Salud, Jefatura de Gabinete, Fabricaciones Militares, Banco Central, Casa Rosada, INDEC, INAI, INADI, UIF, Nación Seguros, Vialidad Nacional, AFSCA, ORSNA, Aerolíneas Argentinas, Atucha, ARSAT, IGJ, INTI, Correo Argentino, SEDRONAR, Astillero Tandanor, PROMEBA, DeporTV, Infojus, Radio Nacional, CN23, Universidad de La Matanza, Superintendencia de riesgos del trabajo, la Cámara de Diputados y Senadores, los reprimidos de La Plata y etcétera, etcétera, etcétera.

Nos despidieron, y no hay lugar para las casualidades. Perdimos el trabajo. Pero jamás la dignidad. Jamás el amor a la Patria. Jamás las ganas de seguir luchando. Jamás nuestra conciencia de trabajadores por construir un Estado más justo, inclusivo y federal.
Nos despidieron del trabajo, pero no podrán despedirnos de la memoria.

Estamos enteros porque sabemos que no somos sólo nosotros, los despedidos, los que sobramos. En este modelo de país injusto, lo que sobra es la política de Estado que construyó la sociedad argentina en los últimos trece años y que el gobierno anterior y los organismos de Derechos Humanos bautizaron con el nombre de: Memoria, Verdad y Justicia.
Sol Giles
Periodista. Trabajadora de la Dirección de Prensa de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación.

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