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Una bailarina de 19 años se transformó en la primera argentina en graduarse en la Ópera de Roma

«Yo creo que la vida es muy impredecible y está llena de sorpresas. Una tal vez se imagina teniendo un determinado estilo de vida, pero luego pasan cosas que te llevan a cambiar de rumbo», explicó a Télam la joven bailarina que logró terminar su último año en medio de la parálisis mundial por el coronavirus, cuando la escuela de la Ópera de Roma retomó sus clases.

«Increiblemente logré graduarme a pesar de la pandemia. Aunque al principio no se creía posible, porque con el parate dejamos de ir a la escuela durante casi tres meses», recordó la bailarina.

Con todo, la institución desplegó los protocolos sanitarios requeridos y obtuvo las autorizaciones para recibir a sus estudiantes de nuevo: «Nos fue posible volver y para nosotros, del octavo curso, rendir el examen final», aclaró Aita Tagle.

La primera argentina en graduarse en la Ópera de Roma empezó a bailar casi jugando a los 2 años, de la mano de su madre, Victoria Campos, que también es bailarina clásica; de esas clases pasó a las del Ballet Estudio, fundado por la legendaria Olga Ferri; y de ahí, como muchas niñas, al riguroso examen de ingreso que la depositó en la carrera del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón (ISATC).

Para entonces, hacía ya por lo menos tres años que había decidido que el ballet era lo suyo: «Pasó a los 9 años, cuando me di cuenta de que prefería ir a mi clase de danza antes de que ir a un cumpleaños; o comprarme mis zapatillas media puntas y puntas, en lugar de ropa o cosas que una niña de esa edad preferiría tener», rememoró.

En el ISATC, verdadera usina de artistas, tomó clases con Stella Maris Saladino, Néstor Asaff, Raquel Rossetti y Paula Argüelles, que fueron construyendo su destreza técnica e interpretativa, a partir de condiciones naturales y, sobre todo, mucho compromiso con la disciplina.

En cada sala del Teatro Colón, se encuentran chicos y chicas con enorme potencial natural en lo físico y en lo interpretativo con otros a quienes cada logro les demanda horas de esfuerzo: «Creo que formo parte del primer grupo, una de las ventajas de ser argentina es que soy de ‘sangre caliente’, por eso tengo un carácter fuerte y siento todo a flor de piel, eso hace que lo interpretativo sea natural para mi», contó.

«Por otro lado, en lo que respecta las condiciones físicas, tengo que decir que siempre sentí la danza como algo natural en mi cuerpo, obviamente tuve que trabajar muchas cosas desde que soy chica y las sigo trabajando, como los pies o los giros por ejemplo. En cambio, las posiciones, los saltos y la flexibilidad son mis fuertes…», enumeró.

Esas condiciones naturales y catorce años de estudio y esfuerzo le permitieron soñar a los 16 años con una audición en la Ópera de Roma, un destino poco habitual para las bailarinas argentinas que suelen optar por otras compañías europeas o estadounidenses al momento de apostar por una carrera en el exterior: «Elegí esa compañía porque tengo nacionalidad italiana, además de la argentina, e Italia siempre fue un país a donde quería ir a estudiar. También conocía la compañía y me gustaba», explicó.

Como el examen de admisión era presencial y no podía completarse con un video, como sucede en otras compañías, Martina viajó a Roma con 16 años y alguna idea básica del idioma italiano: «A las candidatas de mi curso nos dividieron en dos grupos y nos examinaron primero durante una barra. Después de esos ejercicios, seleccionaron a las personas que pasarían al resto de las secuencias del centro», reconstruyó la bailarina.

De ese primer filtro, Marina pasó a un periodo de prueba de dos semanas, durante el que participó de las clases con las alumnas internas de la escuela y con la maestra Ofelia González. Y listo: el regreso y la espera hasta conocer la lista de jóvenes admitidos.

Su nombre estaba entre los y las adolescentes que la Ópera de Roma recibiría como estudiantes regulares: «Recuerdo mi primera clase como si fuera ayer, la atmósfera, la disciplina, era todo distinto. Me sentía preparada, claro, pero estando en un lugar nuevo hay que aprender las reglas, los métodos que tiene cada escuela, las costumbres…», compartió la joven con esta agencia.

En esos primeros cursos, probablemente Martina imaginaba una graduación muy distinta a la que protagonizó hace algunas semanas. «Fue todo más difícil porque había que estar muy atentos con el distanciamiento social, la desinfección de las salas o el uso de los barbijos para entrar y salir. Además, se sumaba la fatiga física, porque a pesar de haber entrenado esos meses desde casa, en la sala que las dimensiones son más grandes y todo se volvía más cansador. Costó retomar la fuerza», explicó.

Ahora, con su título en mano, Martina Aita Tagle espera que la pandemia termine para audicionar en los ballets europeos y empezar una carrera profesional.

«Me interesan muchas compañías en distintos países, como Francia, Alemania, España, Portugal, Suiza, Inglaterra, Holanda. El teatro de mis sueños siempre fue el Royal Ballet de Londres, porque me encanta como trabajan, las obras clásicas y modernas que interpretan, y la cantidad de espectáculos que tienen por año», concluyó soñando la primera argentina egresada de la Ópera de Roma.

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