Tener la ciudadanía italiana: una puerta abierta a Europa, la historia y nuevas oportunidades
Cada vez más argentinos buscan obtener la nacionalidad italiana, un trámite que va más allá de una simple formalidad legal: significa reconectar con las raíces, acceder a derechos europeos y abrirse paso en un mundo lleno de posibilidades. Pero ¿qué implica realmente ser ciudadano italiano y qué beneficios concretos otorga?

En los últimos años, se ha registrado un notable incremento de solicitudes para obtener la ciudadanía italiana en la Argentina. Según datos del Consulado General de Italia en Buenos Aires, más de 30.000 personas iniciaron el trámite solo en 2023. Detrás de esta tendencia no hay solo motivaciones emocionales vinculadas a la historia familiar, sino también razones prácticas y oportunidades concretas.
“Ser ciudadano italiano es ser ciudadano de la Unión Europea”, explica Laura Bianco, abogada especialista en derecho internacional. “Esto habilita a vivir, estudiar, trabajar e incluso emprender en cualquiera de los 27 países que integran el bloque europeo, sin necesidad de visas ni permisos especiales”. Y no se trata de un detalle menor: con el pasaporte italiano, considerado uno de los más poderosos del mundo, se puede ingresar sin visa a más de 190 países, según el ranking de Henley & Partners.
Para muchos argentinos, especialmente jóvenes profesionales, estudiantes o trabajadores del sector tecnológico, obtener la nacionalidad italiana abre puertas laborales y académicas que de otra forma serían difíciles de alcanzar. Universidades europeas con prestigio internacional, ofertas de empleo en ciudades como Berlín, Madrid o Ámsterdam, o incluso el acceso al sistema de salud pública de países como Italia, España o Francia, son parte de los beneficios.
Pero más allá de lo utilitario, también hay un fuerte componente identitario. La Argentina es uno de los países con mayor número de descendientes de italianos en el mundo. Se estima que más del 60% de la población tiene algún antepasado nacido en Italia. “Cuando recibí mi ciudadanía, sentí que cerraba un círculo familiar. Fue como honrar la historia de mis bisabuelos que cruzaron el océano buscando un futuro”, cuenta Camila Russo, una joven de Mar del Plata que ahora reside en Milán.
El proceso para obtener la ciudadanía italiana puede variar en función del camino elegido: por descendencia (“iure sanguinis”), por matrimonio o por residencia. El más habitual en Argentina es el de descendencia, y aunque puede resultar largo y con ciertos requisitos burocráticos, no es imposible. Implica reunir partidas de nacimiento, matrimonio y defunción de los antepasados italianos, legalizarlas, traducirlas al italiano y presentar la documentación ante el consulado correspondiente.
“Hay un resurgir del interés por la historia familiar”, señala el historiador y genealogista Franco Rossi. “Este fenómeno también impulsa a muchos a redescubrir tradiciones, aprender el idioma y hasta visitar los pueblos de donde vinieron sus ancestros”.
Italia, además, permite la doble ciudadanía, lo que significa que no es necesario renunciar a la nacionalidad argentina. Esto brinda una flexibilidad que muchos valoran: se puede vivir en Europa y mantener vínculos con el país de origen sin inconvenientes legales.
Un punto a destacar es que el proceso consular puede demorarse debido a la alta demanda. Algunos optan por realizar el trámite directamente en Italia, estableciendo una residencia temporaria allí y acortando los tiempos. Sin embargo, este camino requiere inversión, organización y, en muchos casos, asesoría legal especializada.
Además, la ciudadanía italiana también puede extenderse a hijos e hijas, abriendo nuevas posibilidades para generaciones futuras. “Es una herencia que se transforma en derecho. Algo que podés dejarle a tus hijos, como quien transmite una historia familiar valiosa”, reflexiona Bianco.
Obtener la nacionalidad italiana no es solo una cuestión de papeles: es reconectar con la historia, proyectar un futuro con más opciones y formar parte de una comunidad que traspasa fronteras. En un mundo globalizado, tener doble ciudadanía puede marcar la diferencia entre el deseo y la posibilidad. Para muchos argentinos, ese documento no solo representa sus raíces, sino también la llave hacia una vida con más oportunidades.