Política

Hegemonía o consenso: la provocación de Cristina en la antesala de la Tercera Guerra Mundial

Cuando todos esperaban que hiciera tronar el escarmiento, zanjara la interna del peronismo y resolviera la ansiedad ajena en torno a las candidaturas del Frente de Todos, Cristina Fernández de Kirchner volvió a hablar del único tema que la obsesiona desde que dejó la presidencia, hace ya más de siete años: la posibilidad de alcanzar acuerdos básicos y amplios que doten de legitimidad social a las medidas necesarias para dejar atrás una década de estancamiento y concentración, lo contrario al objetivo irrenunciable de un desarrollo democrático.

A veces (y el viernes fue una de esas veces) CFK parece orbitar a años luz del resto de la política argentina, que se distrae ante cada artificio de la coyuntura, incapaz de sostener el foco en lo importante. Ella, a horas de recibir los fundamentos de una condena falaz, a meses de haber sido proscrita, a medio año de que le hayan gatillado dos veces a centímetros de su cráneo, mantiene sin embargo la mirada fija en el futuro y plantea, casi imperturbable, sus prioridades, a pesar de la evidente dificultad que encuentra para ser atendida por propios y ajenos.

Fernández de Kirchner planteó inicialmente la necesidad de un gran acuerdo en su primer discurso como expresidenta, el 13 de abril de 2016, frente a los tribunales de Comodoro Py, donde ya se sustanciaba la persecución en su contra. Desde entonces reiteró esa propuesta prácticamente cada vez que se puso frente a un micrófono, como opositora y como oficialista, en el llano y en el Senado. Y no solo lo dijo; predicó con el ejemplo, cerrando pactos y alianzas con dirigentes que hablaron y actuaron contra ella. Uno es presidente, otro ministro de Economía.

A continuación, un somero repaso, a vuelo de pájaro, de la construcción de ese mensaje a lo largo de ya casi ocho años:

– “No se enojen ni con su amigo, ni con su vecino, ni con su pariente por cómo votó, porque eso nos divide y no nos sirve. Yo creo que tenemos que estar unidos”, dijo esa mañana fría en Retiro.

– “Si para hacer algo tenemos que estar de acuerdo desde el punto A hasta el Z no vamos a hacer nada. Hagamos una cosa: fijemos como método de construcción que si hay 20 puntos y estamos de acuerdo en 2, vamos por esos 2, y cuando consigamos esos 2 vamos por más. De eso se trata en definitiva la construcción política”, sostuvo en julio del mismo año ante estudiantes secundarios en Avellaneda.

– “La tarea y el desafío de todos ustedes es persuadir y convencer, este es el desafío de todo militante y todo cuadro político”, aseguró ante estudiantes universitarios en La Plata, dos meses más tarde. Allí también dijo que “la democracia es por definición heterogénea” y por tanto “la construcción política no puede dejar de ser heterogénea” porque “si no, no es popular, nacional y mucho menos democrática.”

– “Yo no creo que si uno indaga en las grandes mayorías nacionales tengamos ideas tan diferentes acerca de la Nación”, agregó el 17 de octubre de ese año, cuando llamó a reconstruir “una nueva gran mayoría, que no alcanza con los peronistas, ni con los que son kirchneristas y no son peronistas, ni alcanza tampoco con los amigos radicales”.

– Salto a 14 de agosto de 2017, en la madrugada posterior a las PASO en las que compitió con Unidad Ciudadana: “Un país no se puede gobernar enfrentando a unos con otros. Esto no significa no discutir, no hay que tenerle temor a la discusión, al debate, es parte de la democracia, hace que uno se sienta vivo, no hablo de eso, estoy hablando del enfrentamiento, el odio, la estigmatización del otro”.

– Ya como senadora, el 27 de diciembre del 17, en la sesión en la que se discutía el presupuesto del año siguiente y la reforma tributaria, habló de “cosas que hay que discutir en serio en la República Argentina”, entre ellas “el tema de la restricción externa, el tema del dólar, de una economía bimonetaria, que además está vinculada directamente con otro problema estructural de la Argentina en materia económica, que es la inflación”.

– Un año más tarde, en otra discusión presupuestaria, señaló que “para acabar con la cultura bimonetaria va a ser necesario un gran acuerdo político nacional, de derecha a izquierda, porque el problema de la escasez de dólares no es un problema ideológico” sino que “es un problema de sostenimiento de la actividad económica”.

– Durante la gira de presentación de su libro Sinceramente, que la llevó por todo el país durante el año 2019, volvió una y otra vez sobre ese mismo asunto: “Vamos a tener que hacer un nuevo contrato social de ciudadanía responsable donde nos pongamos de acuerdo. Estamos a tiempo para construir una mirada común, que no quiere decir pensar igual pero sí llegar a acuerdos básicos sobre las cosas que nos permitan volver a pensarnos como un país con futuro” (Santiago del Estero).

– “El espíritu de unidad nacional debe volver también porque los problemas son muy graves, muy serios y muy profundos y se va a requerir un gran proceso de unidad nacional para poder afrontar los mismos. Tenemos que decidir los argentinos y argentinas si somos capaces de sentarnos a discutir y debatir los problemas que tenemos” (Rosario).

– “Aspiro a que los debates los podamos dar civilizadamente, que podamos escuchar sin decir vos sos tal cosa o tal otran y que prime en esas discusiones y en esos debates las razones y no los insultos ni tampoco los prejuicios, porque también tenemos que bajar todos un poquito la guardia de los preconceptos que tenemos” (Resistencia).

– “Yo soy mucho más capitalista, conmigo había capitalismo en la Argentina, no me jodan más con eso del capitalismo, que no me jodan más con lo del capitalismo, por favor, conmigo había capitalismo” (Río Gallegos).

– “Esto va a requerir de todos un gran espíritu de unidad nacional, de convocar a una unidad nacional, independientemente de lo que digan o hagan los dirigentes, tenemos que convocar a todos los argentinos y a todas las argentinas a una tarea que todos sabemos que no va ser fácil, pero con la certeza sí que lo vamos a hacer defendiendo los intereses de la gente” (Malvinas Argentinas).

– “Un acuerdo estratégico para armar un modelo de sociedad que necesariamente tiene que ser de perfil industrial, que es el gran generador de trabajo, que también tiene que ser de ciencia y tecnología. Tiene que ser virtuoso, tiene que ser articulado y yo creo que estamos ante una oportunidad histórica, dadas las circunstancias de poder hacerlo. Pero tiene que haber voluntad y tiene que haber reconocimiento” (La Plata).

– “Un nuevo orden y un nuevo contrato social, en el cual aporten todos en la medida de sus responsabilidades porque cuánto más tenés, más responsabilidad se tiene” (Misiones).

– “Tengo fe en la construcción política, creo que vamos a iniciar una etapa política diferente. Alberto es una persona de mucho diálogo, de mucho hablar, de mucho conciliar, es capaz de hablar una, dos, tres, cuatro, cinco, veinte, bueno… Pero yo quiero que también los sectores que más se han beneficiado y quienes pueden seguir comiendo, estudiando, viajando, viviendo, le presten un poco de atención a los que ya apenas pueden sobrevivir” (La Matanza).

– “Tenemos que intentar ser todos un poco diferentes, poner lo mejor que podamos poner. Todos tenemos dificultades, todos tenemos problemas. Siempre, obviamente, estoy hablando en lo que hace a acordar, no estoy hablando del esfuerzo monetario, el esfuerzo monetario lo tendrán que hacer los que más tienen, porque no se les puede seguir pidiendo nada a los que menos tienen. Pero me refiero a actitudes. Debemos tener, por ahí, actitudes diferentes” (Calafate).

– Ya como vicepresidenta, volvió a la carga con una serie de cartas críticas al gobierno y la oposición. En la primera escribió: “El problema de la economía bimonetaria es, sin dudas, el más grave que tiene nuestro país, y es de imposible solución sin un acuerdo que abarque al conjunto de los sectores políticos, económicos, mediáticos y sociales de la República Argentina. Nos guste o no nos guste, esa es la realidad y con ella se puede hacer cualquier cosa menos ignorarla”.

– El año pasado retomó el tema en un homenaje a Juan Domingo Perón, en Ensenada, donde apuntó: “No hay posibilidad si no hay un gran acuerdo respecto de determinadas normas. Tenemos que encontrar un instrumento que vuelva a colocar una unidad de cuenta, una moneda de reserva y una moneda de transacción en la República Argentina, si no hacemos esto, estamos sonados, sonados, venga quién venga. Tenemos que encontrar un punto de coincidencia común porque si no, no va a haber Argentina para nadie”.

Razones y urgencias

Según volvió a exponer CFK este viernes en Río Negro, existen, principalmente, dos razones para alcanzar acuerdos básicos en el país, ya sea a través del ejercicio de la hegemonía o de la construcción de consensos. La principal, y de la que se deriva el malestar de la sociedad con la clase política y con la democracia, es la economía. Una economía que no está puesta al servicio del desarrollo con distribución es caldo de cultivo fértil para los aventureros que se animan a explorar más allá de los confines del pacto democrático, el pacto necesario.

Existe un tercer elemento que le imprime urgencia a la necesidad dejar atrás esta etapa de polarización exaltada y de suma negativa: es la deriva geopolítica de un mundo que dejó definitivamente atrás sus ataduras al esquema hegemónico de posguerra fría y hoy comienza a transitar un camino incierto. Son tiempos en los que la carencia de una estrategia de posicionamiento ante escenarios cada vez más complejos, con un aval amplio de la sociedad, las élites y la dirigencia política tiene costos demasiado altos para permitírsela.

Vladimir Lenin decía que hay décadas en las que no pasa nada y semanas en las que pasan décadas. Estamos en uno de esos períodos, que producen una incertidumbre enorme ante cambios para los que el país no se encuentra preparados. Las consecuencias, a nivel global, serán profundas y duraderas. En la Argentina, la sordina que nos ampara gracias a la lejanía respecto al núcleo de los disturbios es cada vez más tenue. La globalización podrá frenarse, retroceder o cambiar de rostro. Las distancias seguirán siendo cada vez más cortas.

En los últimos días se acumularon novedades inquietantes que dan cuenta del fracaso de la pax americana y el surgimiento de una nueva dinámica mundial cuyo alcance, según los expertos, va más allá de darle un cierre a medio siglo de unipolaridad yanqui y tiene que ver con una relocalización del epicentro de poder, del Atlántico al Pacífico, del Norte al Sur, de la civilización occidental a un bloque asiático que emerge más heterogéneo y pragmático y menos intervencionista y colonialista, lo cual no significa que carezca de riesgos y desafíos.

El escenario en Ucrania luce complicado para occidente tras la caida de Bahkmut. Las dificultades para sostener las líneas de defensa en un frente de más de mil kilómetros de extensión y el ritmo de utilización de recursos balísticos y humanos, más rápido que la capacidad de reponerlos, incluso con una extraordinaria ayuda de la OTAN, contrastan con la retórica de los líderes occidentales, que no parecen contemplar la posibilidad de un alto el fuego o una salida negociada en el corto plazo, como si su objetivo no fuera liberar un país sino someter al otro a desgaste.

Las manifestaciones que estallaron esta semana en Georgia, otra exrepública soviética, apuntan en el mismo sentido. Los manifestantes queman banderas rusas, hostigan a la población rusófona y piden el derrocamiento del actual gobierno para reemplazarlo por un régimen atlantista que avance en la incorporación de ese país a la Unión Europea. Cualquier semejanza con el proceso que comenzó en Ucrania en 2014 difícilmente sea casual. Los dedos de Washington aparecen marcados en los videos de propaganda que se viralizaron en las redes sociales.

Pero los bordes de Rusia dejaron de ser el único foco de conflicto. En Irán, una inspección reciente de la Agencia Internacional de Energía Atómica detectó restos de uranio enriquecido a un nivel desconocido hasta ahora, lo que deja a esa teocracia, teóricamente, muy cerca de obtener una bomba atómica. Esa, se sabe, es una línea roja para los Estados Unidos e Israel, que ya advirtieron que, de ser necesario, recurrirán a todos los medios posibles para evitarlo. Eso incluye un conflicto frontal que convertiría a Medio Oriente en un polvorín.

A propósito: el reestablecimiento de los vínculos entre Irán y Arabia Saudita, dos potencias regionales con una rivalidad histórica pero que además representa, cada una, el lado de una de las dos ramas del Islam, enfrentadas durante siglos, puede significar, si se sostiene en el tiempo, un cambio copernicano en la región. Que ese acercamiento se haya negociado en Beijing y en secreto enciende alarmas en Washington. Se entiende: el petróleo árabe ha sido uno de los pilares de la potencia económica de Estados Unidos desde 1945. La casa Al Saud ahora mira al este.

En simultáneo, Israel enfrenta por estos días las protestas más importantes de su historia. Un sector muy numeroso de la sociedad salió a las calles para oponerse a la deriva autoritaria de la alianza gobernante entre Benjamin Netanyahu, la ultraderecha y los colonos que se benefician del a esta altura inocultable apartheid palestino. Se sabe: ante situaciones dramáticas en el plano doméstico los gobernantes pueden elegir la profundización de un conflicto externo para acallar o aislar los cuestionamientos. Irán y su bomba pueden ser la excusa perfecta.

Una guerra abierta entre Irán e Israel, probablemente con la participación de los Estados Unidos, obligaría a intervenir a otros países de la región como Siria e Irak, y con casi plena seguridad implicaría el bloqueo del estrecho de Ormuz, por donde pasa el 20 por ciento del petróleo del mundo. Las subas de precio de energía que se vieron hace un año a partir de la invasión a Ucrania podrían parecen modestos chichones en el suelo comparado con lo que sucedería ante un conflicto de esta magnitud en el Golfo Pérsico. Vayan juntando abrigo.

Irán no es el único país que puede contribuir a una nueva etapa de proliferación de armas atómicas. Además de la posibilidad casi cierta de que las principales potencias, ante este nuevo escenario geopolítico, decidan volver a engrosar sus arsenales de destrucción masiva, otros países seguramente se sumarán al club en los próximos años. Un ejemplo es Japón, el único que fue víctima de un bombardeo de este tipo, y cuenta con la tecnología para armar su propio nuke en pocos días. Alemania también está anotado en esa lista.

La asunción de Xi Jinping en un tercer mandato como presidente chino, el primero en lograr eso desde Mao Tse Tung, llegó acompañada de una severa advertencia a Estados Unidos: “Si siguen en esa dirección, no importa cuantas barreras se pongan, habrá conflicto”. Debe ser tomada en serio: los chinos no suelen expresarse en términos tan tajantes. Xi interpreta que el despliegue militar norteamericano en el Pacífico (Taiwán, Japón, Filipinas, Australia) es análogo al acercamiento de la OTAN a las fronteras rusas y avisa que puede terminar igual.

Juan Gabriel Tokatlian, uno de los principales expertos en geopolítica en la Argentina, sostuvo recientemente en una conferencia virtual que brindó a pedido de la Unión Industrial de Tigre que la posibilidad de un conflicto armado de gran escala es muy cierta, tanto desde un análisis de los elementos estructural como de las condiciones contingentes. “Es imperativo tener consciencia de que estamos en uno de los momentos más peligrosos que hemos conocido desde la terminación de la Segunda Guerra Mundial, así nos parezca lejano o improbable”.

Ante este escenario Tokatlian advirtió que “los países que no tengan su casa en orden, los países que no tengan recursos estratégicos y los países que carezcan de una gran estrategia, que estén divididos e hiperpolarizados, estarán destinados a ser más dependientes más de uno o de otro, pero sus márgenes van a ir estrechándose considerablemente si es que no tienen su casa en orden, si es que no logran consensos básicos sociopolíticos y si es que no tienen un mapa de ruta con una visión estratégica”.

En resumen: la Argentina se encuentra ante la necesidad urgente de establecer acuerdos mayoritarios, no solamente para dejar atrás una crisis económica permanente y revertir el grave deterioro del pacto democrático sino también para encontrar su lugar en el nuevo escenario geopolítico que a pasos acelerados reemplaza al viejo orden con sede en Washington. Como decía Perón, “la política más importante es la política internacional”, porque es la que establece el marco de posibilidades para cada país.

La política local debate sobre la necesidad de enviar militares a urbanizar villas en Rosario cuando debería estar discutiendo qué doctrina y qué capacidades necesitan las Fuerzas Armadas para proteger de manera eficiente los recursos estratégicos y la integridad territorial de la Nación. La campaña transcurrirá entre debates estériles sobre causas forjadas, internas tóxicas y eslóganes irresponsables en vez de explicar qué alineamiento tomará el país ante este conflicto en ciernes. Sin acuerdos amplios en este asunto, quedaremos a merced de la crueldad de la historia, una vez más.

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