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El Pampa Ferreyra, indio anarquista.

La historia del cocinero de Don Lorenzo Juliá, hijo del cacique Pichi Huinca, peleó en la resistencia bóer en Sudáfrica, y terminó sus días en Río Colorado donde se reencontró con su madre, la curandera Juana Diaz.

*Por Carlos Espinosa 
La sorprendente historia de Pedro Ferreyra, el indio anarquista  Una publicación de apenas 12 páginas nos sorprende con la historia de vida del pampa Pedro Ferreyra, “El Indio Anarquista”, un personaje que nació en algún lugar del País de las Manzanas hacia 1885, hijo de la cautiva Juana Díaz y del cacique Pichi Huinca (también conocido con el nombre cristianizado de Manuel Ferreyra), y siendo apenas un adolescente se involucró en la guerra de los bóeres contra el Imperio Británico, en el sur de África. El autor es Guillermo David, el mismo investigador que varios años atrás incursionó audazmente en la biografía de Ceferino Namuncurá y produjo el libro titulado “El indio deseado; del dios pampa al santito gay”. David advierte que Ceferino y el pampa Ferreyra tuvieron orígenes similares (madres criollas cautivas de los indios y padres caciques) y ambos salieron del pueblo de Chimpay para ser enviados a Buenos Aires, arrancados de sus familias, cultura y tradiciones, sometidos a la lengua y la religión de sus vencedores. En algún momento, posiblemente por los años 1899 o 1900, cayó en las manos del joven Pedro Ferreyra algún periódico anarquista donde se exaltaba la causa anti imperialista de los granjeros sudafricanos en su guerra de guerrillas contra el ejército inglés que, poco antes, había ocupado y arrasado el Estado Libre de Orange y la República Sudafricana (formados por colonos holandeses). Ese momento crucial fue relatado por Guillermo David de la siguiente forma: “Anoticiarse de la resistencia bóer y hacer sus petates fue todo uno. La libertad mancillada de aquel pueblo ignoto fue como un llamado perentorio para él; comprendió que su dolor transformado en un odio sordo era el mismo porque sus enemigos eran los mismos. Y comprendió que era posible luchar para revertir el destino: vengaría en ellos la derrota de los suyos. Sin dudarlo un instante escapó una noche del internado, se embarcó como polizón en un barco cargado de mulas destinadas al transporte de pertrechos ingleses y partió hacia aquel continente lejano e impensable a pelear una guerra inaudita.” Añade que el Pampa Ferreyra
“sabía de guerras inauditas y de injusticias. Había visto a los hombres de su tribu morir bajo las balas a la que sólo podían oponer la mera infatuación del coraje; había visto a su madre humillada entregarlo, desgarrada de pena, a las fuerzas enemigas con el lastimoso designio de su sola sobrevivencia, y había padecido el extrañamiento de su cultura y la adopción forzada de nuevas pautas culturales que le imponían la sumisión obligatoria de un modo inapelable”.
Explica también que “el anhelo de violencia justiciera lo instaba a ponerle el cuerpo a la historia; si era posible burlar la humillación que la vida le había propinado, ésta era la ocasión. La Patagonia perdida era, ahora, la Sudáfrica irredenta”. “El indio anarquista Pedro Ferreyra vio claramente que la rebelión contra el imperio inglés le permitiría librar nuevamente el combate perdido en las ignotas pampas argentinas tratando de revirar la historia. Y su historia”. “No lo consiguió” puntualiza, y enseguida informa que en los combates que marcaron la irremediable derrota de los insurrectos el argentino fue herido en una pierna, pero así y todo logró escaparse de uno de los horribles campos de concentración donde los ingleses confinaron a los vencidos, y huyó hacia las costas europeas del Mediterráneo. Con una pierna menos, como consecuencia de la amputación forzada por la gangrena de aquella lesión de guerra, el pampa Ferreyra vivió en Sicilia –donde fue matón de la mafia-, Dinamarca y Bélgica, desde cuyo puerto de Bruselas se embarcó de vuelta a la Argentina, como cocinero de a bordo. Después de algún tiempo en el litoral regresó a la Patagonia, y en Río Colorado se reencontró con Juana Díaz, su madre, que oficiaba de curandera en el pueblo, según los datos recopilados por David, quien agrega que “allí fue acogido por un antiguo pionero, don Lorenzo Juliá, jefe y financista de los colonos vacos que habían atravesado el Atlántico en busca de pan y tierra. Alma piadosa, lo tomó como su cocinero personal en la estancia”. Durante los últimos años de su azarosa vida, quizás ya aquietadas sus pasiones libertarias, Ferreyra desarrolló una imprevista capacidad sensorial para predecir fenómenos meteorológicos. Pero, como si esto fuese poco, “su conocimiento de los misterios de la naturaleza y el alma humana alcanzaba ribetes sobrenaturales”, afirma Guillermo David, según testimonio de Graciela Juliá, hija de Lorenzo, precisando que “cuando llegaba una visita a la chacra, él miraba el vuelo de los pájaros y de ese modo conocía el carácter del visitante, si había que confiar en él o no”. En el final del impreso el autor sostiene que “interesa resaltar la vida curiosa de este hombre porque habiendo padecido el oprobio de la época con pareja contundencia, a diferencia de Ceferino y de tantos otros, y en iguales circunstancias, logró tomar alternativas vitales bien diversas, ciertamente distantes de la sumisión consentida».
«El indio anarquista» de Guillermo David, fue publicado en febrero de 2018, por el Teatrito Rioplatense de Entidades.
Es una excelente primera aproximación a una historia fascinante, que demanda un abordaje de mayor profundidad y extensión.

Este artículo fue escrito por Carlos Espinosa para APP Noticias.
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