En 2009 José Luis corroboró que era hijo de Luisa Pratto y Rubén Maulín, secuestrados durante la dictadura. La Justicia de Santa Fe todavía no le permite usar su identidad. Hoy contará su historia en el juicio a su apropiadora.
El juicio oral arrancó el último jueves. El mes pasado, él mismo dejó una carta ante el Tribunal Oral: “Soy José Luis Maulín, pero estoy obligado aún a nombrarme como José Luis Segretín”, rezaba la carta. Entonces recibió el llamado de Abuelas. “Luego de conocer en profundidad su historia y los padecimientos de sus padres por recuperarlo, la Asociación decidió incorporar su caso al listado de nietos restituidos, como un acto de reparación y verdad histórica”, explicaba ayer un comunicado del organismo. El nieto 120 viajó el martes a la noche desde Reconquista, donde vive con sus dos hijos, para poder estar en la conferencia de prensa, y salió rápidamente de vuelta para declarar hoy. “Es un sueño poder estar acá, con Estela y con las Abuelas, gente muy querible para mí. Es una alegría, aunque siempre digo que ojalá nunca hubiera pasado lo que pasó para que hoy esté acá”, le dijo a este diario.
Luisa y Rubén, sus padres, sobrevivieron. Una vez que recuperaron la libertad, comenzaron a buscarlo. Tenían un dato clave: el nombre y apellido de los apropiadores. La lucha fue ardua. “Llevamos tres décadas buscando la verdad”, contó su hermano Walter”. “Empezamos en los 80, sin todas las herramientas ni la estructura que tienen hoy los organismos de Derechos Humanos y con una sociedad que quizás no tenía todavía el grado de conciencia que tiene hoy sobre lo que pasó. Fue muy doloroso, mis viejos casi van en cana ellos”, describió.
A fines de los 80, una vecina de la pareja acercó el dato clave con la dirección de los apropiadores. Fueron entonces a reclamar por él, pero se encontraron con amenazas. Tiempo después, la hermana mayor de José Luis, Gisela, se enteró de que tenía un compañero de escuela de apellido Segretín. Hicieron falta declaraciones en la Justicia en 2008, la reapertura de la causa (cerrada en los 90, por el secuestro de Luisa y Rubén), y una jugada entrevista en una radio de la ciudad para que José Luis terminara de decidirse a sacarse las dudas sobre su identidad que ya lo asediaban desde chico, que surgieron por las diferencias físicas con sus padres y a partir de las versiones incongruentes de los apropiadores ante sus preguntas: llegaron a decirle que era fruto de una relación extramatrimonial de Segretín. “A partir de la entrevista en la radio, yo tomo conocimiento de que una mujer buscaba un hijo así y asá, y yo sabía que era yo”, contó José Luis ayer.
En 2009, con la certeza de la prueba de ADN, se produjo el reencuentro. Fue un fiscal santafesino, quien a pesar de las trabas judiciales, le permitió hacerse la prueba de sangre. “No puede ser que el Estado le niegue lo que ya se sabe”, reclamó Estela de Carlotto. A pesar de la intensa búsqueda de sus padres, el caso de José Luis no se registraba entre las denuncias de niños desaparecidos en Abuelas de Plaza de Mayo. “Es un caso extraño y único. Es una víctima del terrorismo de Estado, robado, criado en cautiverio y privado de su libertad. Por lo tanto es un nieto”, explicó Carlotto.
La demora de la Justicia en reconocer la identidad de José Luis, fue atribuida por Estela de Carlotto a que los apropiadores son civiles. “Se trata de una cuestión política e ideológica que intenta tapar la complicidad civil con el terrorismo de Estado”, afirmó. Por eso fue presentado ayer, en vísperas de su declaración ante la justicia. “Que tengas mucha suerte mañana (por hoy), no dejes de contarnos las novedades”, lo despidió la presidenta de Abuelas anoche.