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30 años: Rock argentino para festejar la democracia

El 27 de diciembre de 1988, Soda Stereo, Fito Páez y La Torre, entre otros, reunieron a unas 150 mil personas para celebrar los primeros cinco años sin dictadura y, sin saberlo, dar una vuelta de página en la historia del género.

Hacia 1988, el rock venía disfrutando de una salud de hierro, acompañado por la industria y siendo, sin competencias, la banda de sonido de la democracia que cumplía sus primeros cinco años después de la última dictadura militar. En esa época Patricio Rey y y sus Redonditos de Ricota ya eran conocidos como un emblemático grupo independiente.

En la Argentina del ‘88 se hablaba de levantamientos carapintadas, la inflación anual trepaba al 343 %, aparecía el Patio Bullrich y, con él, los shoppings comenzaban a ser un seductor modelo de negocios. El 27 de diciembre el alfonsinismo necesitaba gente en las calles. La grieta de entonces era entre democracia y dictadura.

Algunos rockeros que en 1982 habían «apoyado» las decisiones bélicas de Galtieri en Malvinas con el Festival de la Solidaridad Latinoamericana, ahora le ponían el pecho a la República en un espectáculo inédito que incluía a los brasileños de Os Paralamas do Sucesso como invitados especiales. Herbert Vianna, su líder, gritaba: «América Latina está orgullosa de Argentina».

Una semana atrás había fallecido Federico Moura. Un año antes, Luca Prodan. En marzo había muerto también Miguel Abuelo.

La Capital Federal era una Intendencia. Con el alfonsinismo todavía no se elegía Jefe de Gobierno. El escenario, auspiciado por Aerolíneas Argentinas, a metros del edificio conocido como el Rulero -en el extremo norte de la 9 de Julio y Libertador- le daba la espalda al Ital Park. Y al río.

Participaron Luis Alberto Spinetta, Fito Páez, Soda Stereo, La Torre, Los Enanitos Verdes y Ratones Paranoicos, entre otros, además de Charly García, quien originalmente no figuraba en la grilla de semejante concierto gratuito.

Dócil, en su estado habitual entre el sueño y la vigilia, el rock, sin embargo, empezaba a definir los lineamientos del cantautor por sobre la voz pulida de los intérpretes. Por esta sencilla razón, Juan Carlos Baglietto ya estaba en retirada.

A fines de los ’80, el escenario callejero se transformaba en un gesto de época que fue trasnochando hasta llegar al Buenos Aires no duerme de 1997: nueve días (y sus noches) en una maratónica afluencia de artistas de todo tipo y factor. En 1989, La Organización Negra, nave madre del teatro físico criollo (De la Guarda, FuerzaBruta) tomaría el Obelisco para presentar un show asombroso llamado La Tirolesa.

El Festival por los 5 años de Democracia se transmitió por lo que en aquel entonces se llamaba Argentina Televisora Color (ATC), lo que hoy conocemos como la Televisión Pública. En realidad, fueron tres días para celebrar la democracia y mover a un público de todas las edades. Los festejos estuvieron a cargo de Daniel Grinbank Producciones. El lunes 26 habían actuado Alberto Lysy, la Orquesta del Banco Mayo, Julio Bocca y Les Luthiers. El 27 fue el día del rock y el miércoles 28 sería el del tango y el folclore, con nombres como Los Chalchaleros, Goyeneche, Horacio Guarany, Leopoldo Federico, Atilio Stampone, León Gieco, Víctor Heredia y la Negra Sosa.

Pero la jornada del medio albergó una verdadera gelatina humana. Los medios calcularon alrededor de 150 mil personas, el triple de gente que la primera noche. Según el Suplemento Si de este diario se trató de “el show más impresionante en la historia argentina del espectáculo”.

A Gustavo Cerati se lo vio con esos sacos de hombreras y el Flaco Spinetta, cómodo en su vestuario atemporal, ya deconstruía clásicos como Ana no duerme. A las seis de la tarde de aquel caluroso martes, Man Ray abrió la velada. Luego tocaron Los Ratones Paranoicos. Fueron días en los que descubríamos el significado de las palabras «reggae» y «ska». Los Intocables era un grupo que quería hacerle sombra a Los Fabulosos Cadillacs, y La Zimbabwe a Los Pericos. Los dos tocaron ante un público irritable y la lluvia de botellazos en las inmediaciones del escenario alarmó a Pacho O’Donnell, quien calificó de «audaz» a la democracia por la decisión de llevar adelante el descomunal evento.

Para el público de rock no se trató más que de otro clásico grecorromano propio de las listas sábana que amontonaban tendencias y estilos sin ton ni son.

Cuando le tocó al turno a los momentáneos de KGB, al cantante, y aprovechando un estribillo, le gritaban “¡Gordo puto!”. Nunca fue fácil ser la banda nueva para un movimiento tan conservador como el rock. A propósito de vacas sagradas, Charly García y el resto –todos esa noche- parecían enchufados a 220. García ni siquiera figuraba en la programación, pero le intervino el escenario al ascendente Fito Páez, marcándole la cancha y apropiándose del interés general.

Fito acababa de publicar Ey! y a esa altura ya había hecho prácticamente lo mejor de su carrera. Pero Charly estaba como loco, desplegando sus plumas en bata cual vedette, y enseguida en malla o calzoncillos -depende de quién cuente la versión-, yendo de acá para allá, moviendo sus aspas y revoleando micrófonos.

La dictadura y la primera democracia tuvieron en claro que el rock, ideológicamente manso, debía ser un gran aliado. Era un movimiento que había tomado impulso gracias a la prohibición de la música en inglés post Malvinas y que en 1988 sacaba pecho escapando de los suplementos especializados para llegar a la primera plana de los diarios.

Soda Stereo cerraría en la madrugada cantando Persiana americana, acaso una involuntaria metáfora para el cierre de lo que se conoció como “Primavera democrática”.

Ahora mismo, Patricia Sosa, la primera mujer que lideró una banda de rock nacional, recuerda esa noche con una perspectiva actual

“Nosotros fuimos teloneros de Soda. No fue fácil, no probamos sonido y los divismos estaban, uff, muy fuertes. En esos días La Torre era un número importante. Acabábamos de venir de una gira por la Unión Soviética y yo tenía puesto un tutú que me tapaba la panza. Acababa de ser mamá y me veía regorda (…) El rock era un ambiente machista y, aunque te sorprenda, Pappo era el más caballero de todos. El me llamaba por teléfono y preguntaba: ‘¿A quién hay que cagar a trompadas?’. Ser mujer era complicado y yo debía tener mucha personalidad para evitar ciertas cosas», cuenta.

-¿Mucha personalidad…?

-El rock me convirtió en una caracúlica total. Siempre eras la minita de los músicos. Te manoteaban. A mí me ocurrió muchas veces. Que te tocaran el culo era algo normal, como que tenían el derecho de hacerlo. ¡Y el público era igual! ¡Te manoteaban de una! Yo quería correrme del rock ya en 1987. La Torre fue un momento de enorme soledad para mí.

-¿A Fabiana Cantilo le pasaría lo mismo?

-No creo. Yo sufrí, pero Fabi siempre fue más divertida y se lo debía tomar con más humor… Sobre ese 27, lo tengo muy presente, sonamos al mango y yo estaba completamente sobreactuada porque sentía la presión de encontrarme delante de un público inimaginable, una verdadera multitud. Recuerdo que saltaba y me dolían los pechos. En cada salto me venía a la cabeza que ya era hora de darle la leche a mi bebé.

-Tus piernas eran antológicas…

-Las mostraba a propósito. Pasé de vestirme como un chaboncito a usar la pollera más corta y un escote hasta el límite de lo permitido. Al principio de cada show me decían de todo, pero después se aburrían de las guarangadas y empezaban a escuchar las canciones.
El festival estuvo patrocinado por la Secretaría de Cultura de la Nación, la Subsecretaria de Cultura de la Ciudad y la novedosa Subsecretaría de Derechos Humanos del Ministerio del Interior. Reunido con el presidente Alfonsín, Spinetta llegó a sugerirle que La Camerata Bariloche grabara el Himno Nacional “para que los pibes en las escuelas puedan escuchar una versión más afinada”.

El equipo de sonido de ese festival fue el mismo que había usado Tina Turner en River. Las dos pantallas gigantes instaladas a los costados del escenario son un asterisco a la prehistoria de los Lollapalooza. Cada grupo o solista dispuso de media hora de show. Soda Stereo, en cambio, tocó cerca de un hora. Esa madrugada, Gustavo Cerati sólo dijo “gracias”.

Fuente
Hernán Firpo
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