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10 años sin el Bocha

Desde Hurlingham, su hijo Ismael regaló unas palabras sobre la humanidad de su viejo; Andrea Prodan se animó a relatar anécdotas de la vida serrana y Fabricio Cepeda, fana de Las Pelotas, abrió su arcón de los recuerdos para dar a conocer encuentros de fútbol y abrazos con el Bocha. Por Javier Tucci.

Por Javier Tucci – Agencia Paco Urondo 

El tipo al que le gustaba subirse a los árboles, dar abrazos y pedir autos prestados

Se cumplió una década de la partida física de uno de los íconos de nuestro rock, quien fuera parte de la primera formación de Sumo y frontman de Las Pelotas. Alejandro fue bajista y batero de Sumo hasta que en 1984 decidió dejar la banda para alejarse de algunas sombras e incursionar en el camino de la religión mormona. Un año después de la muerte de Luca, en 1988, volvió al ruedo junto a Germán Daffunchio con Las Pelotas, uno de los dos proyectos que se desprenden de la banda que rompió todos los esquemas en este país.

Hablar del Bocha en un par de líneas resulta difícil y es un desafío contrarreloj. Por eso no me detendré en datos biográficos a los que cualquiera podrá acceder en la fucking internet. Esto va de secuencias del anecdotario, de esos condimentos extras que hacen grandes a personas como Alejandro: un hincha del rojo de Avellaneda y fana de Bowie que le caía bien a todo el mundo, que se tomaba una birra con cualquiera. Un tipo sensible, honesto, generoso, auténtico y con un gran sentido del humor al que, según Andrea Prodan, le gustaba pedir autos prestados. Un callejero al que, según Fabricio Cepeda, un fana de la primer hora de Las Pelotas, nunca le cabió la pose del estrellita; o como lo define el periodista Mariano Nieva, quien está al frente del programa de radio El Jardín de los Presentes: “Ale y su mezcla de salvajismo extremo y animal herido, nos mostró varios caminos posibles”.

El tipo que un año antes que su corazón dejara de latir en Río Cuarto (Córdoba) había formado El Vuelto S.A, esa banda que lo tenía tan feliz junto a su hijo Ismael, nunca pensó que la muerte le llegaría a tan temprana edad…en realidad nadie lo pensaba. Pero aquí no vinimos a hablar de muerte sino de vida, a través del recuerdo de algunas secuencias reflejadas en las voces del furgón.

Es por eso que recurrimos al tan siempre copado Andrea Prodan, quien sobre algunas andanzas con Alejandro dijo: “uhh, sobre Alejandro puedo contarte varias cosas, como cuando coincidimos una vez en Nono, días en los que estaba con su familia. Recuerdo que todo el tiempo tenía ganas de subirse a los árboles y lo hizo con un ciprés y todos comenzamos a decirle ‘dale, bajá, no seas boludo’, y él seguía subiendo cada vez más hasta llegar a la punta. Era un tipo con mucha adrenalina. Tengo hermosos recuerdos de Camila, Fermín e Isma, que era el gran compinche de Simón Mckern”.

Por otro lado, y haciendo hincapié sobre un gusto muy particular, el de pedir autos prestados, Andrea contó: “Me acuerdo de un día en el que estábamos en su casita de Las Calles haciendo un asado y me dice ¿Me prestás el auto para ir a comprar más birrras? ¡Sí, por supuesto!, le contesté. Y al toque alguien de los que estaban presentes me hace un gesto como diciendo ¡Uhhhh! Y luego señala ¡No sabés cómo le gustan los autos ajenos! Y no volvía y no volvía… en un momento me preocupé pero a las dos horas regresó. Entró a la casa desorbitado y le preguntamos ¿Todo bien? A lo que respondió ¡Sí, loco, pero me llevé puesta una vaca! Entonces le pregunté por el auto… ¡El auto bastante bien, pero no sabés cómo quedó la vaca! Y salgo y veo todo el auto machucado con pelos y pedazos de la vaca incrustados en el paragolpes (jajajajja). Por lo menos pudimos comer el asado”.

En tanto, sobre otra gran anécdota que también tiene que ver con los autos, Andrea sostuvo: “Cuando Ludovica Squirru, que vive acá en Nono, se encontraba presentando uno de sus libros, Ale estaba acá en el Valle. Ludovica me había invitado a ese lanzamiento en su casa y Ale se copó y me acompañó. Me acuerdo de lo lleno de gente que estaba el lugar y del chupi y morfi que había por todos lados. Y en un momento Ale me dice ‘¡Faaaa cómo comí! Escúchame Andrea, me faltó otra cosita, ya vengo’. Y después no lo vi más. Al rato se me acerca Ludovica y me dice ‘¿No sabés cuándo vuelve tu amigo, el cantante de Las Pelotas? Porque le presté mi auto’… ¡UHHHH, la puta madre!, pensé. Y le respondí, ‘no te hagas drama, va a estar todo bien’». El tipo volvió una hora y media después. Llegó y dio un golpe con una piedra que estaba afuera de la casa, pero le devolvió el auto en un sólo pedazo… ella tuvo más suerte que yo (risas) “.

Y yendo al riñón familiar, no podía faltar la palabra de uno de sus tres hijos, Ismael, quien hace poco fue papá y contó cómo era su viejo con él y los pibes del barrio: “Uno de los recuerdos más lindos que tengo con mi viejo es de cuando tenía 10 años y andábamos todo el día en la calle. Mi viejo había comprado una soga de las gruesas en la ferretería de la esquina de casa y fuimos directo a un baldío que se conocía como la quinta de la luz. En el lugar había un árbol de tronco gigante y el viejo se trepó como un mono hasta llegar a la punta donde había una rama gruesa y resistente ¡Toda la movida que hacía para atar la soga y que todos los pibitos del barrio pudiéramos jugar! Por supuesto él se quedaba jugando con nosotros y el lugar se llenaba de pibes de diferentes manzanas”.

Si bien esta nota no se construyó en base a ninguna pregunta, sino a través de disparadores que se desprenden de lo humano que era el chabón, me animé a preguntarle a Isma qué le diría a su papá ahora que él es padre, y qué le diría a su bebé sobre su abuelo. Hasta pensé que la pregunta podía rozar el dislate en estos días sanguíneos, pero la respuesta vino al instante. “Mirá, creo mucho en la vida después de esta vida y con él tuve muchas conexiones en sueños y en algunas cosas que fueron pasando y que lo relacioné con él, supongo que está al tanto de todo… me encantaría poder volver a disfrutar junto a él. Y a Gael le diría que su abuelo fue una gran persona y un gran artista”.

Al promediar el cierre de esta nota, me llega un wasap de un loco al que no veo hace mil. Era Fabricio Cepeda, un seguidor de Las Pelotas de la primera hora y profe de educación física- oriundo de la ciudad de Punta Alta (provincia de Buenos Aires)-, hoy radicado en Neuquén. Entonces se me ocurrió que podía estar piola que contara en primera persona sus encuentros con el Bocha. Se lo comenté y aceptó.

Fue entonces que Fabri comentó al respecto: “Sigo a Las Pelotas desde hace 30 años, desde que empezaron. Muchos, ya sea en la escuela donde doy clases o en el barrio, me identifican con Las Pelotas, y eso seguro ocurre porque he tenido una conexión zarpada desde siempre con ellos, con el Bocha sobre todo. Recuerdo que los contacté varias veces, para abrazarlos, para decirles gracias. Y, por otro lado, también pegué onda por tener parientes en las sierras, a veinte minutos de la casa de Timmy, donde empezó todo”.

“La última vez que lo crucé a Ale, seis meses antes de su partida, no lo vi nada bien; juntos recordamos la anécdota que teníamos cuando tocaron una vuelta en Bahía Blanca y jugamos un partido de fútbol y luego nos encontramos en cercanías del hotel donde paraban. Todavía se acordaba cuando les cruzamos el auto a la altura de Musimundo en épocas de la paranoia del caso Blumberg. En ese momento lo puede abrazar y me salió del corazón decirle muchas gracias por todo lo que nos daba, que era una parte muy importante de la película de mi vida. Y él, abrazándome y dándome una palmadita en el hombro, me dijo que estaba todo bien, que no me haga problema”, recuerda Fabri emocionado.

El tipo era uno de los nuestros, quizá el que más se parecía a Luca de todos los Sumo, con el que quizá estarán zapando alguna canción de Bowie en el cielo de las músicas y los seres libres.

 

Fuente
Por Javier Tucci - Agencia Paco Urondo
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